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No tardaron en encontrar lo que yo pedía, y, efectivamente, me enviaron una relación de cómo se había apresado la ballenera de este brick-barca sospechoso de piratería, a la altura de las Canarias, y una lista de la tripulación, en la cual se encontraban los nombres de Juan de Aguirre y Tristán de Ugarte. Que había una relación estrecha entre estas dos personas era indudable. ¿Pero cuál?

El leer aquellas aventuras de Aguirre me producía un poco la impresión que produce a los niños Guignol cuando apalea al gendarme y cuelga al juez. A pesar de sus crímenes y de sus atrocidades, Aguirre, el loco, me era casi simpático. Una impresión de la infancia que me causó gran efecto, fué el funeral de mi tío Juan de Aguirre.

D. Rodrigo de Mur, señor de la Pinilla, acompañado de un criado y de un fraile vizcaíno, de nombre Mateo de Aguirre, aparecieron en París, despachados por D. Juan de Idiáquez con expreso fin de matar al ex-Secretario de D. Felipe.

Tus padres están en un caserío de la familia Aguirre, ¿verdad? Si, señor. ¿Les tienes cariño a los de tu casa? , señor. ¿A la señora y a las señoritas? -Si, señor. ¿Y al señorito Juan? También. Y la muchacha se ruborizó. Yo continué con mis preguntas. ¿No quieres marcharte de Aguirreche? No, señor. ¿No tienes confianza en ?

Aquella parte del auto producía de costumbre un hastío general. La multitud, anhelosa de ver comparecer a los relajados, daba, a cada instante, signos de impaciencia. Aguirre bostezó varias veces, y Ramiro, entrecerrando los párpados, apoyó la cabeza contra la negra colgadura que pendía de una ventana.

Avisada un día por Carmen de que José Luis Aguirre, llegado de Europa, les había hecho una visita, Adriana fue a casa de las Aliaga con la gran ansiedad de saber si reanudaría Laura con él su antigua relación. Ardientemente lo deseaba. Su actitud, cuando se anunció la vuelta de José Luis, permitía abrigar pocas esperanzas.

Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches D. Manuel Cantero, D. Cirilo Álvarez y D. Joaquín Aguirre, y algunas D. Pascual Madoz. No podía ser, pues, D. Baldomero, por razón de afinidades personales, sospechoso al poder.

Nada, señora. Bueno, ya lo sabes. Dentro de unos días será la boda. Está bien, señora. Machín, el joven, sonrió, queriendo echárselas de malicioso, y el viejo siguió dando vueltas en su cabeza al pensamiento de si podía sacar alguna cosa más de la señora de Aguirre. Esa es la moral tradicional de las gentes ricas.

V. E. con mayores luces podrá determinar si he de licenciar mi partida en caso que no parescan los Portugueses en Agosto y Setiembre, ó cuando parescan solo los que han de trabajar con Aguirre.

El metal vibró como una campana que sonara muy lejos. ¡Ah, ya no se forjan espadas de este jaez, señor hidalgo! agregó Domingo de Aguirre. El acero es cada día más sucio y el temple más ruin. Dícese, en verdad contestó Ramiro, que habéis perdido algunos secretos de antaño. En cuanto a secretos, señor, nunca los hubo.