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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Celipín enarboló su palo con una decisión que probaba cuán templada estaba su alma para afrontar los peligros del mundo; pero su intrepidez no tuvo objeto, porque era un perro el que venía. Es Choto dijo Nela temblando. Agur murmuró Celipín, poniéndose en marcha. Desapareció entre las sombras de la noche. La geología había perdido una piedra y la sociedad había ganado un hombre.

¿Sería que su huraño orgullo podía más que su tímido amor? ¿Sería que aquel valiente tenía miedo de ella y de mismo, y, sin fuerza para afrontar una nueva entrevista, empleaba su valor en la fuga? Porque Carlos la amaba, estaba segura.

Pensaba en Juan Portela, en el guapo Francisco Esteban, en todos aquellos esforzados paladines cuyas hazañas, relatadas en romances, había escuchado siempre con entusiasmo, y se reconocía con tanto redaño como ellos para afrontar el último trance. Pero algunas noches saltaba del petate como disparado por oculto muelle, haciendo sonar su cadena con triste repiqueteo.

¡Qué embriaguez de pasión en su acento febril! ¡Cómo se buscan sus voces! ¡parece que quisieran besarse! En la orilla del torrente crecen los sauces, En los valles se extiende la nieve; Querida niña, tenemos que separarnos... Parto para la guerra, voy a afrontar la muerte... La separación, amada mía, es cruel... Sus voces se pierden en un murmullo trémulo.

Siguió adelante, y en el principal dió con una inquilina muy mal pagadora, pero de muchísimo corazón para afrontar á la fiera, y así que le vió llegar, juzgando por el cáriz que venía más enfurruñado que nunca, salió al encuentro de su aspereza con estas arrogantes expresiones: «Oiga usté, á mi no me venga con apreturas. Ya sabe que no lo hay.

Era incapaz de afrontar situaciones reñidas con el carácter de los hechos comunes y con su criterio rectilíneo de viejo patricio. La herencia del antiguo convencionalismo español había encuadrado sus ideas en fórmulas precisas, limitadas, que no permitían la intervención de sentimientos ajenos a la naturaleza de los suyos.

Cinco hijas llegó a tener don Manuel del Valle, mas antes de ellas le había nacido un hijo, que desde niño empezó a dar señales de ser alma de pro. Tenía gustos raros y bravura desmedida, no tanto para lidiar con sus compañeros, aunque no rehuía la lidia en casos necesarios, como para afrontar situaciones difíciles, que requerían algo más que la fiereza de la sangre o la presteza de los puños.

»Pasó todo como el amago de un vértigo, por obra de un esfuerzo de mi voluntad y del auxilio discreto y oportuno de Leticia y de Sagrario. Logré hacerme a la fiereza del león, y atrevime en seguida a afrontar los lances del peligro.

El señor de Lerne pensó en esta circunstancia, con entereza, pero, aunque no se sintiese intimidado, ni se creyese un hombre muerto, no dejó de conocer, que iba, sin embargo, a afrontar un gran peligro. Hizo sus disposiciones, en consecuencia.

Me apresuré a alejarme, porque me conocía; si hubiera contestado, habría sucedido allí una desgracia. Tomando por caminos extraviados, evité el salón de baile. No me sentía con valor para afrontar las miradas de las madres. En el corredor humeaba una lámpara de cocina; y salía de allí un ruido de vajilla y risotadas de criadas... ¡Puf! Llamé a la puerta del aposento de Yolanda; nadie respondió.

Palabra del Dia

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