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¡Jesús! ¡Torres!... ¡qué disparate!... exclamó Rosalía viendo alzarse ante ella, como una aparición fantástica, la imagen de su acreedor . No si he dicho a usted que mañana antes de las doce... ¡Ay!, fue una locura la compra de aquella manteleta. Ya ve usted... ¿qué necesidad tenía yo de estos ahogos?

11 Enrede el acreedor todo lo que tiene, y extraños saqueen su trabajo. 12 No tenga quien le haga misericordia; ni haya quien tenga compasión de sus huérfanos. 13 Su posteridad sea talada; en segunda generación sea raído su nombre. 14 Venga en memoria cerca del SE

A usted se lo puedo decir... con el respeto debido... mi intención no ha sido... No entra en mis costumbres, usted sabe, insultar a una señora... no creo que me he hecho acreedor... a su enfado... Por lo demás, ahora es ya asunto a debatir entre hombres... En cuanto a usted... me permito evocar recuerdos... que supongo...

Ello es que un acreedor habia caido sobre la herencia negativa, y el jóven huérfano, que tenia como 25 años, sufrió una doble amargura. Como pudo se fué luego á Paris «á pedir justicia al emperador», según decía, como si el emperador tuviese algo que ver con el asunto, y en Paris acabó de perder el juicio.

Este acreedor era Samaniego, el boticario de la calle del Ave María, y su crédito ascendía, con el interés vencido de seis por ciento, a sesenta y tantos mil reales. Propuso Juan Pablo satisfacerlo como un homenaje a la justicia y a la buena memoria de su querido padre, y se votó afirmativamente por unanimidad.

Cuentan los testigos presenciales de la anterior manifestación Pipaónica, que las ilustres personas a quienes el cortesano se dirigía no le dieron todo el crédito a que por sus honrados antecedentes era acreedor D. Juan. Mas, ¿por qué no hemos de admitir una versión que tanto honra al bueno de Bragas?

Cada cual tenía sus cuentecitas pendientes con el abominable acreedor, y era de los que don Raimundo perseguía, la zarpa en el aire, a la hora de la batida diaria; el abogadillo aquel, aspirante a diputado, que perseguía el nombramiento, como si se tratara del más menguado empleo del Gobierno, escurría el bulto, cual figura de tramoya, y con él, Quilito, que más que nadie, tenía por qué ocultarse.

En España, la compasión en favor de los animales es, particularmente en los hombres, por punto general, un sentimiento más bien teórico que práctico. En las clases ínfimas no existe. ¡Ah, míster Martín! ¡Cuánto más acreedor sois al reconocimiento de la humanidad, que muchos filántropos de nuestra época, que hacen tanto daño a los hombres, sin aumentar ni en un ápice su bienestar!

«5° De llamar la atencion del señor ministro sobre los títulos, que tiene el gobierno de Bolivia, para ser acreedor al reconocimiento de todos los amigos de las ciencias, y particularmente al de los sabios franceses, por la proteccion tan ilustrada, tan generosa y eficaz que ha prestado al señor de Orbigny, durante su viage por los diferentes lugares que dependen de la república