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Ramiro acordose de las campanas de Avila, de las tardes de su niñez en la torre solariega y de su madre, siempre llorosa, siempre enlutada, siempre taciturna. Rezó las avemarías. Estaba redimido, estaba purificado, pero sentía su pecho ávido y triste, como un arroyo sin agua. Quiso entrar en la ermita para verter al pie del altar su congoja profunda. Levantose.

Después de entrar en ella e informarse de que la señorita no estaba, subió lentamente hacia la iglesia, y al pasar por delante de ella y ver una cruz de hierro que hay en el atrio, vínole al pensamiento la idea de que debía haberse traído el revólver. Retrocedió, y a mitad del camino acordose de que su mujer había guardado el arma. ¡Qué tonto estuvo él en permitírselo!

Es parroquia de Santiago. El os ha de asistir en la empresa. ¡Ah!, ¡si tuviera yo vuestra mocedad o no llevara, al menos, estos hábitos graves! Ramiro acordose al pronto de la ventana de la escarpa. Ya estaba resuelto. Se despidió del Canónigo prometiéndole que esa misma noche tentaría la sorpresa.

Allá, hacia la tarde, acordose de que comenzaba en la iglesia la novena de San Rafael, patrono del pueblo. Su tío le había anunciado que predicaría D. José, el excusador: «el mejor orador del concejo, un pico de oro» tales habían sido las palabras del párroco para encarecer las dotes de su coadjutor. Paso entre paso, deshizo lo andado y se encaminó hacia la iglesia, triste siempre y caviloso.

Cuando vió el equipaje hecho, lo contempló con ojos de espanto, como si no comprendiese para qué servía. Acordóse de que aún le faltaba algo, y sacando una llavecita del bolsillo abrió el cajón central del escritorio. Inmediatamente tropezó su vista con una relojera que Carmen le había regalado el día de su santo. Estaba bordada por su mano.

Acordóse el tío Frasquito de Matilde y Malek-Adhel, y se sintió enternecido; la emoción le produjo un golpe de tos violentísimo, que fue necesario calmar con tres caramelos de malvavisco. Porque Jacobo había acudido a él de nuevo en demanda de auxilio y abiértole su corazón hasta lo más recóndito. Era singular lo que por él pasaba, y en vano había intentado explicárselo.

Recurrió al sistema de las circunlocuciones, pensó después en decirlo á secas y sin ambajes, acordóse de que las alegorías se habían inventado para aquel caso, y probó todos los medios sin lograr con ninguno su objeto. Pasaron dos ó tres días sin que hallara un modo de ser explícito.

Acordose de la mirada tan profunda, tan extraña, que su antigua manceba le había dirigido ante el Tribunal de la Inquisición, al ser arrastrada de nuevo a la tortura, y pensó en algún terrible aojamiento, cuya influencia pudiera prolongarse durante todo el resto de su vida.

Acordose de que nada había dicho a su amigo del casorio proyectado, siendo evidente que Olmedo habló en términos tan liberales por ignorancia. Determinó, pues, revelarle su pensamiento en la primera ocasión, para que en lo sucesivo midiera y pesara mejor sus palabras. viii

Al verla Currita, acordóse instantáneamente de la última misa celebrada en aquel recinto profanado: había sido quince años antes, estando allí mismo de cuerpo presente la vieja marquesa de Villamelón, madre de Fernandito: aún se veían a lo lejos, entre los amontonados restos del teatro, las piezas del catafalco que había sostenido su cuerpo.