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Actualizado: 14 de junio de 2025


Pues en cuanto llegue al corral la registras bien y se la sacas, ¿entiendes?... Es la mejor vaca que tengo añadió por lo bajo, dirigiéndose a su compañero. Y como ya estuviera entre ellas, el cura se acercó solícito, paternal, a la Parda y comenzó a acariciarle el testuz, bajando al mismo tiempo la cabeza, para mirarle las patas.

Me precipito hacia ella; querría acariciarle los cabellos, pero mi valor no da para tanto. Le pregunto qué es lo que la apena, si no quiere tener confianza en , y otras cosas por el estilo. ¡Ah! ¡soy el ser más desamparado, más miserable del mundo! exclama con un gemido. ¿Y por qué? Quiero hacer una cosa... una cosa terrible... y no tengo valor para ello. ¿De qué se trata?

Después hizo lo posible por olvidar aquellos sucesos en el bullicio de la vida madrileña; pero no lo consiguió en muchos días. Al cabo de algún tiempo, sin embargo, el recuerdo punzante de sus amores idílicos se fue suavizando, haciéndose más dulce y melancólico; se transformó en un sueño poético, que solía acariciarle en los instantes de mal humor.

Es decir, continuó, no pude imaginarme que darías importancia a la cosa. comprendes que Adriana... , ya , otro día hablaremos, le interrumpió Muñoz, herido no tanto por el tema que abordaba Castilla, sino por oírle pronunciar el nombre de Adriana. Experimentó una impresión casi tan desagradable como en casa de Charito cuando le vio cortejarla y tan atrevidamente acariciarle la mano.

Cuando recibía de regalo alguna golosina se apresuraba á compartirla con él. El bilioso can no acogía con gratitud tales pruebas de consideración. Comía lo que le daban, pero inmediatamente se alejaba con grosera frialdad de su bienhechora y si ésta quería pasarle la mano y acariciarle comenzaba á gruñir como si no la conociese. Esta conducta tenía sorprendida y disgustada á Flora.

Solía acariciarle la pechuga, mientras Quintanar disertaba: Bueno decía don Víctor pues pasaremos a mi gabinete, ya que usted desprecia mis colecciones. Anselmo, la cerveza al gabinete. El gabinete era otro museo: estaban allí las armas y la indumentaria.

El silencio pertinaz de la monja me dejó avergonzado. Hubiera preferido una de aquellas salidas burlonas en que era maestra. Pero no se hizo esperar. Doblando el cuerpo y acercando la cabeza a la del muchacho para acariciarle, le dijo con tonillo ligero: ¿Te duele la mano, pobrecito? ¡Bien empleado te está, por dársela a gente que tiene los malignos en el cuerpo! Aquella burla no me mortificó.

Hay en sus palabras, en sus actitudes todas un atractivo que yo no he observado jamás en ninguna otra mujer... Si usted viese o leyese ahora en mi interior... ¡Huy, huy! gritó el niño, a quien yo, al parecer, con la vehemencia del discurso, estaba apretando la mano hasta deshacérsela. ¡Ay, pobrecito, perdona! dije apresurándome a acariciarle.

Danme ganas a veces de desengañarle, y la verdad... Porque lo que es acariciarle, no puedo, se me resiste, no está en mi natural. Le pido a la Virgen que me fuerzas para cantar claro». ¡A la Virgen!... ¿pero crees?... dijo Santa Cruz pasmado, pues tenía a Fortunata por heterodoxa. ¿Pues no he de creer?

Venía á llevárselo para dar un paseo por el Bosque de Bolonia. La madre tuvo que acariciarle con vehemente ternura, y aún así, no pudo sofocar sus protestas de niño mimado. ¡Yo quiero quedarme con tío Manuel!... Pero tío Manuel necesitaba salir solo, y se lo explicó así al pequeño tirano, con palabras de excusa.

Palabra del Dia

lanterna

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