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El abandono casi absoluto de la villa podía hacer creer en la muerte de Germana; las puertas abiertas, los criados ausentes, los dueños en viaje, pero, ¿para dónde? Quizás para París. Mas, ¿cómo no sabían nada en la ciudad? ¿Habría curado Germana? Imposible en tan poco tiempo. ¿Estaba todavía enferma? En ese caso la cuidarían y no dejarían las puertas abiertas.

Que mi secreto corra mañana por las calles, por los salones y por los periódicos. ¡Oh! Aquello fué un grito de reprobacción general y el mismo Maugirón abandonó el partido de Cristián y se pasó al enemigo, gritando más fuerte que todos. ¡Abajo Tragomer! ¡Fuera Tragomer!

Dios hará ahora todo lo que él querrá: yo me abandono a El.» A pesar de esto, ella no ha perdido la esperanza, y nosotros procuraremos alimentarla, porque fuera muy cruel el hacérsela perder: líbreme Dios de intentarlo siquiera.

Podía haber seguido engañándole; negar una vez más; mantenerlo en la dulce ceguera que le adormecía, sin fuerzas para buscar la verdad. «Vivimos de mentiras: sólo el engaño es dulce», decía ella en las horas de abandono, cuando en brazos de Sánchez Morueta recordaba su pasado de aventuras.

Aparte de esto, su existencia no había experimentado ningún sacudimiento... ¡Pero el viaje, después, por llanuras interminables, en las que el tren marchaba horas y horas sin encontrar una persona ni una casa, como sobre si la superficie del mundo se hubiese creado el vacío!... ¡La llegada á esta tierra remota, en la que la rueda ó el pie levantaban al avanzar nubes de polvo, y los órganos respiratorios se obstruían con la tierra disuelta en el aire, y todas las gentes tenían un aspecto de abandono, lo que no evitaba que tratasen á los demás con molesto compañerismo, como si se considerasen iguales, al vivir lejos de los otros grupos humanos!... ¡Ay! ¡Dónde había venido á caer!...

Sin ciencia ni entendimiento para lo primero, me encuentro con demasiado buen corazon para lo segundo, y dejo el libro de mi amigo querido á los que de una clase y de otra no faltan en nuestra república literaria: á los primeros se lo abandono con alegría y confianza; á los segundos... por fuerza se lo entrego. Si el prólogo no se ha de leer, más vale que sea mio que de una persona autorizada.

Llegó el expreso de Madrid, y en él el doctor Ruiz. Venía sin equipaje, vestido con el abandono de siempre, sonriendo bajo su barba de un blanco amarillento, bailoteándole en el suelto chaleco, con el vaivén de sus piernas cortas, el grueso abdomen, semejante al de un Buda.

Se le murieron los rocines y tuvo que entramparse para comprar otros. Lo que le valía el continuo acarreo de pellejos hinchados de vino ó de aceite perdíase en manos de chalanes y constructores de carros, hasta que llegó el momento en que, viendo próxima su ruina, abandonó el oficio.

Raúl, muy experto en la materia, no había dejado de echar de ver la impresión producida y se aplaudía por la metamorfosis de que era autor. Como el mármol parece animarse y tomar forma bajo la mano de un artista inspirado, así la rígida empleada, cuyas severas facciones parecían ignorar la sonrisa, reía ahora con todos sus hoyuelos y con un confiado abandono de colegiala.

Y además, te tengo le dijo tomándola, cariñosamente de la mano que Lucía le abandonó como apenada y absorta. Te tengo, y de ti me vienen, y en ti busco, las fuerzas frescas que necesito para que el corazón no se me espante y debilite.