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Actualizado: 29 de julio de 2025
Sus superiores le incitaron á no abandonar sus estudios, en los que se hallaba bastante adelantado; y para que no le faltasen estímulos, le brindaron con una cátedra de matemática, que fundaron expresamente en el colegio de Buenos Aires.
Los médicos la habían hecho abandonar el palacio de París, con su lúgubre decorado que excitaba su locura, enviándola á la Costa Azul para que se saturase de sol y de aire libre.
Hacía una semana apenas que había llegado de su pueblo y ya había escrito dos veces á su madre reiterando sus deseos de dejar los estudios para retirarse y trabajar. Su madre le había contestado que tuviese paciencia, que cuando menos debía graduarse de bachiller en artes, pues era triste abandonar los libros despues de cuatro años de gastos y sacrificios por parte de uno y otro.
Para oir en una hora, en un momento, la voz de una mujer, de una hermana, de una madre: mira que no tenemos que comer; mira que no podemos pagar al casero; mira que es necesario abandonar esos papeles indigestos, y buscar recursos, tal vez pedir, quizá sufrir la afrenta de quien vale menos, porque sirve menos, porque está mucho más distante de los altos fines que la vida humana tiene que cumplir en el mundo.
Regresó á España después de recoger en Francia abundante cosecha de dinero y aplausos, y fué saludado en su patria con entusiasmo, cuando resolvió abandonar su carrera, que tantos triunfos le había proporcionado, y se hizo fraile en el año de 1675, ingresando en uno de los conventos de Madrid. Murió luego en Liorna en 1685, en un viaje que emprendió para asuntos de su Orden.
Se sentía morir, y al borde de la partitura escribió esta pregunta aterradora: «¿Es preciso?» Y más abajo añadió: «Sí; es preciso, es preciso.» Era necesario morir, siendo un genio, abandonar la vida cuando aún llevaba en la cabeza tantas sublimidades, pagar el tributo a la renovación humana, sin consideración a su majestad de semidiós.
Su padre había dicho en un arranque de enojo que consideraría como enemigo a cualquiera que le hablase del asunto, que no le escucharía y le arrojaría de su casa. Fue preciso resignarse por el momento, esperando tiempo más propicio. Sin embargo, la piadosa joven manifestaba cada día mayores y más vehementes deseos de abandonar el mundo para siempre.
Juzgando que toda obcecación, por grande que sea, ha de tener su límite, creíamos que el Gobierno no podría resistir á la evidencia de su descrédito; creíamos que, deponiendo la terquedad propia de todos los poderes que no se apoyan en la opinión, se resolvería al fin á entrar por más despejado y seguro camino, si no consideraba como la mejor de las enmiendas el abandonar la vida pública.
Pero este tormento, aunque nada tenía que envidiar a los de los mártires del Japón, padecíalo, si no con gusto, con varonil entereza. Pensaba que siempre ha costado enormes sacrificios civilizarse y civilizar un país. Al cabo de los dos meses comenzó el eterno tic tac de los floretes. Pero sin abandonar por eso el tormento de las piernas.
La muerte de sus hijos, la usurpacion de cuanto habian poseido, el incendio de las casas en que habian abierto por primera vez sus ojos á la luz del mundo, no eran aun bastantes para acibarar su vida: faltaba la emigracion, el desconsuelo de deber abandonar para siempre el suelo de su patria.
Palabra del Dia
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