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Actualizado: 27 de octubre de 2025


En seguida se sentó junto á la mesa, y abrió su libro de devociones. No tardó mucho un gentilhombre en decir á la puerta de la cámara: Señor: don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, señor de la Torre de Juan Abad. Y pobre dijo entrando en la real cámara Quevedo. Se detuvo el gentilhombre y Quevedo adelantó. El rey seguía leyendo, como si no hubiera visto á Quevedo.

Diez dias después de ocupado por las fuerzas americanas, Maytubig, sabedores de ello los españoles que estaban en frente fortificados en el polvorín de San Antonio Abad, durante la noche sorprendieron las avanzadas americanas que compuestas de pocos individuos no tuvieron más tiempo que para saltar de la cama y replegarse hácia su centro, abandonando sus fusiles y 6 cañones.

El grito de Don Mauro es un claro clarín. ¡Para , tres! Una rincón en la iglesia de Flavia-Longa. Lega como mosconeo, la voz desentonada y gangosa el abad, un exclaustrado ordo, que guía las Cruces en la Capilla e Jesús Nazareno. Una mujeruca del pueblo, que lleva el manteo a modo de capuz, suspira al terminar sus rezos y besa la tierra con la lengua.

El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó á descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña que fué apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomó la linterna y se dispuso á hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían por aquí parte de una columnilla salomónica, por allá la imagen de un santo abad, el torso de una mujer, ó la disforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.

No es seguro, no es seguro, no es seguro vociferó el abad de Naya, que se divertía más que en un sainete. ¡Por vida de lo que malgasto, que esto ya pasa de raya!

Y, en viéndole, dijo su dueño: ''Ya me maravillaba yo de que él no respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno; pero, a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto''. ''En buena mano está, compadre -respondió el otro-, pues si bien canta el abad, no le va en zaga el monacillo''. Con esto, desconsolados y roncos, se volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto les había acontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro en el rebuznar; todo lo cual se supo y se estendió por los lugares circunvecinos.

Leídos el jueves siguiente á dicha fiesta de la Asunción, en la abadía de Belmonte, ante el reverendo abad Fray Diego de Berguén y la comunidad reunida en capítulo.

Apenas sonó la última campanada, se acercó el abad á una mesa y tocó el timbre que servía para llamar al hermano lego de servicio, al cual preguntó en el dialecto anglo-francés usado en los monasterios ingleses durante casi todo el siglo catorce: ¿Han llegado los hermanos?

Desocupó en seguida las sillas de cuero, y explicó muy acalorado que aquello estaba revueltísimo-aclaración de todo punto innecesaria y que semejante desorden se debía al descuido de un fray Venancio, administrador de su padre, y del actual abad de Ulloa, en cuyas manos pecadoras había venido el archivo a parar en lo que Julián veía....

Pues yo les voto a tal que si me traen a las manos otro algún enfermo, que, antes que le cure, me han de untar las mías; que el abad de donde canta yanta, y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo la comunique con otros de bóbilis, bóbilis.

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