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Cada cual pedía al Rey su padre armas, caballos, su bendición y algún dinero, con lo cual al frente de una brillante comitiva, se ponía en camino. Era de ver cómo iban llegando a la corte de la Princesita todos estos altos señores. Eran de ver los saraos que había entonces en los palacios reales.

No hay que creer, pues, á estos que andan con semejante trage, y figura.

Un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca el objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea. La conversacion y los escritos de estos hombres privilegiados se distinguen por su claridad, precision y exactitud. En cada palabra encontrais una idea, y esta idea veis que corresponde á la realidad de las cosas.

De improviso, como si se levantara un fuerte viento, la veleta daba la vuelta grande y ponía la punta donde antes tenía la cola. De estos cambiazos había sentido ella muchos; pero ninguno como el de aquel momento, el momento en que metió la cuchara dentro del arroz para servir a su futuro esposo.

De aquí que éstos hablen á veces de manera que, agrandándonos y aun deslumbrándonos, no convenga, sin embargo, por completo al carácter especial de los interlocutores.

Fué su compatriota González quien, abandonando el mostrador del almacén, se encargó de todo lo necesario para dar sepultura á estos restos. Usted lo que debe hacer es irse á Buenos Aires repetía el almacenero . Don Ricardo y yo le sustituiremos aquí. En la capital trabajará usted por nosotros más que si se queda en la Presa.

Estos últimos presentan en su terquedad una observacion al parecer necesaria, sobre poner coto, ò término

Hasta el título nobiliario se ganó de parecido modo, cuando ya era general, por haber corrido en aquellos desfiladeros, siendo alférez..., delante de una partida carlista, en la primera guerra civil. Con estos dos hechos se explicaba la conducta de Leticia con el banquero.

De estas dos familias han salido una multitud de hombres notables en las armas, en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataron siempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tiene consagrados la civilización. Apagar estos rencores hereditarios entró no pocas veces en la política de los patriotas de Buenos Aires.

Prodíganse en las naves principales los esbeltos capiteles corintios, los gallardos fustes marmóreos de los monumentos romanos, destrozados por los walíes de las provincias para agasajar con sus despojos al monarca; colócanse en las naves secundarias los capiteles aun no cincelados y las columnas mas comunes: cúbrese el pavimento de flores y yerbas aromáticas; inúndase el sagrado recinto de luz y de aromas, aquella difundida por centenares de candelabros provisionales, estos exhalándose de cien pebeteros improvisados... ¿Podrá ya al menos el dichoso Umeya dirigir en la aljama de sus ensueños una vez antes de morir, como Imam de la Ley, los ritos de un culto á cuya propagacion ha consagrado tantos sacrificios, tantos afanes, tantas esperanzas?... No podrá, no, que el almaleke encargado de cumplir el decreto de Dios le ataja el paso en medio de su rápida carrera.