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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Oyó el estrépito de cascos de caballo que machacaba la grava reciente detrás de la berlina. Se asomó a ver quiénes eran los jinetes y reconoció a don Álvaro y a Paco que pasaron al galope de dos hermosos caballos blancos, de pura raza española. Ellos no le vieron; el placer de la carrera los llevaba absortos y no repararon en la mísera berlina que seguía al paso.

Los salvajes le acogieron con exclamaciones de afecto y burla. ¡Bravo, bravo! Aquí está el reo en capilla. Mirad qué cara trae. ¡Como que está al borde de la tumba! El recién llegado sonrió vagamente y tendió una mirada escrutadora por el salón. Alvaro Luna, conde de Soto, era hombre de treinta y ocho a cuarenta años, delgado, de mediana estatura, ojos vivos y duros y rostro bilioso.

El noble salvaje se remangó la camisa y dejó ver el antebrazo, donde había una señal roja bastante larga. Diablo; ha sido un golpecito regular dijo Castro. Un planazo manifestó Alvaro. No; más bien parece que ha sido con el corte. Lo que hay es que pegando enteramente a plomo y no tirando un poco del sable al mismo tiempo, el corte suele embotarse.

En esto llegaron dos fragatas de Nápoles, en que venía Hernando Zapata de parte del Visorrey, á dar aviso cómo era fuera el armada turquesca, y á dar priesa á D. Sancho de Leyva y D. Álvaro de Sande y al Maestre de campo Aldana, que se fuesen con la gente que allí había de aquel reino.

Eso , ya estaba convencida, don Álvaro no quería vencerla por capricho, ni por vanidad, sino por verdadero amor; de fijo aquel hombre hubiera preferido encontrarla soltera. En rigor, don Víctor era un respetable estorbo.

Fue su quejido como un estertor de la virtud que expiraba en aquel espíritu solitario hasta entonces.... Y se alejó de Álvaro, llamó a Visita... la abrazó nerviosa y dijo, pudiendo al fin hablar: ¿A qué jugáis, locos...?

Yo los cordeles para designiar el fuerte en la mano á D. Sancho de Leyva. Verdad es que el designio estaba hecho por quien lo entendía mejor, y se había estrechado casi dos tantos de lo que D. Alvaro había platicado.

La chica se fijó en la intención del pellizco porque se había fijado en el tratamiento. ¡Le había llamado de ! Esté usted tranquila; no va con usted nada respondió don Álvaro... ya arrepentido de haber cedido al ruego tácito de Anita.

¿Por qué me retiras tu mano?... ¿No te tiendo yo la mía, y soy el ofendido?... ¿No has venido a reconciliarte conmigo?... , , Álvaro murmuró ella. A eso he venido... Me has asustado... Perdóname, Joaquina... ¡Si supieses qué alegría me causa el oír tu voz!

En esto tenía muy gran razón, aunque por lo que él estaba más mal con él, era por no haberle querido dar dineros de la corte á cuenta de su salario, y porque había dicho el Duque que no se fuese de la fuerza hasta que se fuese Don Alvaro.

Palabra del Dia

bagani

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