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Portugal, Egipto, el Cabo de Buena Esperanza, los Santos Lugares, Sumatra, Grecia, Méjico, Laponia....., ¡qué yo cuántas regiones pensaba visitar y había ya estudiado en mapas y libros!..... ¡Qué yo cuántas curiosidades se me han quedado sin satisfacer y cuántos anhelos sin cumplir, para otra vez que vuelva á este planeta, aunque ello sea el propio día del Juicio Final!..... Baste saber que, entre mis planes juveniles, entraba escribir una novela, ó más bien cuatro novelas en una, con el título de Los cuatro puntos cardinales, cuyos estudios para la parte del Norte dieron origen á El Final de Norma, Los ojos negros, Un año en Spitzberg y otros escritos míos que tienen por teatro los hielos boreales.

Valor necesitaban los que, cual Cabot, Brentz y Willoughby, montados en barquichuelos informes, remontando el torrente de hielos, afrontaron el Spitzberg, abrieron la Groenlandia por su fúnebre entrada, el cabo Adiós, introduciéndose hasta aquel rincón donde aun en nuestros días han ido á estrellarse doscientos barcos balleneros.

Hay cima que se ve erguirse encima de la cabeza del espectador y cuya flora se asemeja á la de Escandinavia; pasada esta punta para elevarse más arriba, se entra en Laponia y á una altura mayor se encuentra la vegetación del Spitzberg.

Algunos balleneros que encontraron aquella especie de salvaje lo trasladaron á su país, preguntándole antes si, por casualidad, había visto al difunto capitán John Ross. Su teniente Parry, que tenía la seguridad de poder pasar, hizo al efecto cuatro esfuerzos desesperados, unas veces por la bahía de Baffin y el Oeste, y otras por el Spitzberg y el Norte.

Cuantos han estado en el Norte, aun los que no intentaron atravesar el paso, después de contemplar el Spitzberg la impresión no se les borra tan fácilmente de la memoria. Aquella masa de picos, de cordilleras, de precipicios, muro de cristal de cuatro mil quinientos pies en longitud, es como una aparición en medio del mar sombrío.