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Es posible. Y Pablo no ha ido a Laponia continuó, riéndose, mi tío. ¡Qué gran dicha es vivir entre buenas gentes! Vivamente sentí esa felicidad al ver de qué modo gozaban todos con mi alegría, y con cuánta delicadeza y bondad me daban bromas sobre el famoso secreto que, sin saberlo, había divulgado a todo viento.

Portugal, Egipto, el Cabo de Buena Esperanza, los Santos Lugares, Sumatra, Grecia, Méjico, Laponia....., ¡qué yo cuántas regiones pensaba visitar y había ya estudiado en mapas y libros!..... ¡Qué yo cuántas curiosidades se me han quedado sin satisfacer y cuántos anhelos sin cumplir, para otra vez que vuelva á este planeta, aunque ello sea el propio día del Juicio Final!..... Baste saber que, entre mis planes juveniles, entraba escribir una novela, ó más bien cuatro novelas en una, con el título de Los cuatro puntos cardinales, cuyos estudios para la parte del Norte dieron origen á El Final de Norma, Los ojos negros, Un año en Spitzberg y otros escritos míos que tienen por teatro los hielos boreales.

Hay cima que se ve erguirse encima de la cabeza del espectador y cuya flora se asemeja á la de Escandinavia; pasada esta punta para elevarse más arriba, se entra en Laponia y á una altura mayor se encuentra la vegetación del Spitzberg.

Así es que sin cesar iba a casa del cura, a confesarle mis cuitas, inquietudes, esperanzas y protesta contra la espera que me veía obligada a soportar. Sabía, que el objeto de mi amor ¡ay! no había hallado de su gusto el viaje a Laponia. Paseábase tranquilamente en San Petersburgo, y las hermosas eslavas me daban un miedo horrible. ¿Estáis seguro de que no se enamorará de una rusa, señor cura?

El buen comandante me levantó la cara, roja de confusión, y me contestó sencillamente: Está bien, le aconsejaré, que vaya a Laponia. ¡Cuánto os quiero! exclamé con los ojos llenos de lágrimas y estrechándole la mano. Decidle que no permanezca mucho tiempo en las chozas de esas gentes; no sea cosa que enferme. Dicen que apestan. Mi tío llegaba.

Todo está muy bien, me dije encaminándome lentamente hacia el castillo, pero si su corazón cambia, puede enamorarse de otra mujer durante sus viajes. Casualmente dicen que las rusas son muy lindas. Será preciso mandarle a Laponia. Eché a correr con todas mis fuerzas y llegué a la puerta del castillo en momentos en que el comandante subía a su carruaje.