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Salvatierra, el impasible, se estremeció con un arrebato de cólera. Sintió impulsos de repeler el vaso, de estrellarlo contra el suelo. Maldijo la pócima de oro, el demonio alcohólico que extendía sus alas de ámbar sobre aquel rebaño embrutecido, esclavizando su voluntad, infundiéndole la servidumbre del crimen, de la locura, de la cobardía.

Pedí, rogué a mi madre que, si no había modo de vivir en nuestra casa sin la tiranía de aquellos testigos de mi tortura, anticipara todavía más el suceso que era la causa fundamental de ella. Y mi madre no comprendía cómo buscaba yo el remedio contra las hieles de una pócima sin fin, apresurándome a beberla; pero yo lo comprendía.

Aquí quedé como enterrada, puesto que el mago que me servia cuidó de que nada me faltase. Al rayar el dia, entró en mi quarto el boticario de su magestad con una pócima de beleño, opio, cicuta, eléboro negro, y anapelo; y otro oficial se encaminó á vuestra casa con un cordon de seda azul; nias no halláron á nadie.

Maxi no acababa de tranquilizarse, por lo que fue preciso apelar al remedio heroico. El mismo enfermo lo pidió, dejando oír una voz quejumbrosa que salía de entre las sábanas, y que por su tenuidad no parecía corresponder a la magnitud del lecho. Fortunata cogió el cuenta gotas y acercando la luz preparó la pócima. En vez de siete gotas no puso más que cinco. Le daba miedo aquella medicina.