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Avisábanse mutuamente las madres cuando un niño se escapaba, se descalabraba o hacía cualquier diablura análoga; y como el derecho de azotar era recíproco, las infelices criaturas venían a estar en potencia propincua de ser vapuleadas por el barrio entero.

Acudió don Quijote luego al son de la lastimada voz y del golpe del riguroso azote, y, asiendo del torcido cabestro que le servía de corbacho a Sancho, le dijo: -No permita la suerte, Sancho amigo, que por el gusto mío pierdas la vida, que ha de servir para sustentar a tu mujer y a tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua, y esperaré que cobres fuerzas nuevas, para que se concluya este negocio a gusto de todos.

-Razón tienes, Sancho -dijo don Quijote-, porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero, pase adelante la señora Dolorida, que a se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia.

Podía ser esférico en el hemisferio boreal, donde aquellos sabios habían hecho solamente sus estudios; pero este otro hemisferio por cuyos límites navegaba él tenía la «forma de una pera, que es redonda salvo allí donde tiene el pezón, que es más alto, o la de una pelota con una teta de mujer puesta encima», y el extremo de tal pezón era «la parte del mundo más propincua al cielo».

-Sábete, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que la vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras; y, ni más ni menos, está en potencia propincua de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diversos caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia.

Mi padre añadió Beatriz, siendo un mancebillo, marchose a la guerra. Esto lo digo sólo por aguijaros. Desde ya me obligo; pero no crea ninguno que he de padecer en la guerra más que aquí, ni que han de ser en ella más arduos los peligros, ni más duros los cautiverios, ni más propincua la muerte. Incomprensible os volvéis.

En la costa de Venezuela, al notar en el Océano la gran extensión de agua dulce de la desembocadura del Orinoco, declaraba este río «uno de los cuatro que bañan el Paraíso terrenal». Y para dar emplazamiento al Paraíso, que, según sus autores favoritos, está situado en la cumbre de una gran montaña, escribía a los Reyes Católicos afirmando que «el mundo no es redondo en la forma que dicen los antiguos, sino en la forma de una pera, que es toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que es lo más alto; o como quien tiene una pelota muy redonda y encima de ella coloca una teta de mujer, y esta parte del pezón es la más alta y más propincua al cielo». El pezón del mundo estaba en la costa de Paria, cerca del Orinoco, y en esta altura inaccesible vivían Elías y Enoch esperando el Juicio final.