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El amigo íntimo de Quintanar, era el dictador en aquel pueblo de árboles y arbustos. Los días que no iban de caza, el señor Crespo se los pasaba recorriendo sus dominios, que así llamaba al parque de Quintanar; podaba, injertaba, plantaba o trasplantaba, según las estaciones y otras circunstancias. Estaba prohibido a todo el mundo, incluso al dueño del bosque, tocar en una hoja.

«Por lo demás, tu Quintanar del alma hemos de confesar que tiene sus cosas; ¿a quién se le ocurre irse de caza dejándote así?». Pero qué sabía él.... ¿Pues no te quejabas ya anoche? Ese Frígilis tiene la culpa de todo.... Y quien anda con Frígilis se vuelve loco ni más ni menos que él. ¿No es ese Frígilis el que injertaba gallos ingleses? , , él era.

Ana acababa por verle. «Aquel había sido su único amigo en la triste juventud, en el tiempo de la servidumbre miserable; y ahora casi le odiaba; él la había casado; y sin remordimiento alguno, sin pensar en aquella torpeza, se dedicaba ahora a sus árboles, que podaba sin compasión, que injertaba a su gusto, sin consultar con ellos, sin saber si ellos querían aquellos tajos y aquellos injertos...». «¡Y pensar que aquel hombre había sido inteligente, amable!

Un loco; simpático años atrás, pero ahora completamente ido, intratable; un hombre que tenía la manía de la aclimatación, que todo lo quería armonizar, mezclar y confundir; que injertaba perales en manzanos y creía que todo era uno y lo mismo, y pretendía que el caso era «adaptarse al medio». Un hombre que había llegado en su orgía de disparates a injertar gallos ingleses en gallos españoles: ¡Lo había visto ella!