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Quizás he tardado más de lo conveniente en decirte lo que vas a oír, y es que un joven de veintidós años, como , no puede vivir bajo un mismo techo que dos señoritas con las que no le une ningún vínculo de parentesco. Esta separación es para muy penosa. Difiriéndola por más tiempo, incurriría yo en una falta imperdonable.

Si yo concediese que el todo es mayor que su parte, y luego negase esta propiedad, entonces incurriría en contradiccion haciendo un todo que segun mis principios no seria todo; pero como ahora niego que el todo haya de ser mayor que su parte, debo negar tambien que deje de ser todo, por no ser mayor que su parte. Esto es lo único que se puede y debe hacer.

Una nación, aislada como lo está España, con menos de la cuarta parte de habitantes que tienen los Estados Unidos y con muchísimos menos recursos pecuniarios para comprar ó fabricar los costosísimos medios de destrucción que hoy se emplean, incurriría en un heroico delirio y cometería un acto de inaudita temeridad en provocar á dichos Estados, pidiéndoles, con sobrada energía, satisfacción de una injuria, que, en mi sentir, se puede por ahora disimular sin desdoro.

Y no digo a cuál, porque si fuera a seguirla paso a paso en el camino de aquellos sus antojos de rica vanidosa, incurriría yo en el mismo defecto que he tachado en el correspondiente capítulo de los Apuntes.

Como se llegase ya la hora de comer, dió la vuelta hacia casa meditando en la grave responsabilidad en que incurriría ante Dios y los hombres si, teniendo en sus manos aquel poder soberano, no lo emplease en la prosperidad y engrandecimiento de su pueblo natal. Al llegar a la Rúa Nueva, se encontró en la acera con Gabino Maza.

Don Jaime, después de la visita a todos los lugares, iba a pasar otros tres días en aquel pueblo. ¿Incurriría doña Luz en la debilidad de prendarse algo, de inclinarse un poco, y en balde, al diputado? Sólo de imaginarlo, de presentar en su mente la remota hipótesis, doña Luz se ponía encendida como la grana y se llenaba de vergüenza como si la ultrajasen con el desprecio.

Si la inteligencia no conociese la infinidad del número, podria hacer el acto de la multiplicacion; pero incurriria en una contradiccion á causa de su ignorancia: siendo el número absolutamente infinito no puede tener aumento, su multiplicacion es absurda: la inteligencia que quisiese ejecutarla combinaria dos ideas cuya repugnancia no conociera, pero que no dejarian por esto de ser repugnantes.