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Además, como la violencia y la exaltación son causa constante de sufrimiento, de malestar físico y moral, se juzga con razón que los hombres de tal temperamento llevan en mismos el castigo de sus demasías. Gabino Maza no era aborrecido ni excesivamente amado.

Gabino Maza era hombre de unos cuarenta y cinco años de edad, oficial de la Armada, retirado antes de tiempo porque su carácter díscolo no podía sufrir la disciplina militar. De rostro moreno aceitunado, ojos pequeños y vivos con ojeras constantes que pregonaban su temperamento excesivamente bilioso.

Quizás desconfíen... Una cosa es hacer caridad, y otra prestar dinero... y no salimos del paso con menos de diez duros... ¿Qué dijo ese bruto de Gabino? ¿que volvería mañana a darnos otro escándalo?... ¡Canalla, ladrón... que todo lo vende adúltero!... Pues, , es cosa de diez duros, y no si D. Romualdo... Por él no quedaría; pero su hermana es puño en rostro... ¡Diez duros!... Voy a ver... Pero no extrañe la señora que tarde un poco.

Dejémonos de guasa, Gabino... ¿Te importa algo? que me importa, porque soy su novio. Pues hazte cuenta que para no eres na dijo Velázquez con acento agresivo. No basta que usted lo diga; á todo el mundo le consta y á usted también. Por consiguiente, no es portarse como hombre regular ni decente rondar á las mocitas que están comprometidas. ¡Ea, basta ya de rodeos! exclamó el guapo.

A algunos, a don Rosendo, a don Mateo, a don Pedro Miranda y al alcalde don Roque, ya Gonzalo les había saludado la noche anterior. Pero estaban allí además Gabino Maza, don Feliciano Gómez, el ingeniero francés M. Delaunay, Alvaro Peña, Marín, don Lorenzo, don Agapito y otros cinco o seis señores, que se levantaron para abrazarle.

Pero los indianos tenían la piel muy dura y despreciaban tales desahogos. Cuando don Melchor de las Cuevas y su sobrino entraron en el Saloncillo, el único que se mantenía en pie en medio del corro gesticulando era este mismo Gabino Maza. No podía permanecer dos minutos sentado.

Antes de llegar á las Barquillas de Lope se apeó y despidió el coche, encaminándose vivamente hacia la casa de su antigua novia. Pero cuando ya estaba cerca, de uno de los portales próximos salió un hombre y se le puso delante. Buenas noches, señor Pedro. El majo, sorprendido y mirando con fruncido rostro al que se le atravesaba, respondió: Buenas noches, Gabino. ¿Qué se ofrece?

Choca, querido dijo alzándola de nuevo y alargándole la mano. Vete en paz á hablar con tu novia y que Dios te proteja. Se estrecharon la mano y el majo se alejó precipitadamente. Gracias, señor Pedro murmuró Gabino conmovido. ¡Oiga! le gritó cuando ya el otro estaba lejos. Velázquez volvió sobre sus pasos. Quisiera pagarle de algún modo el favor que me hace.

Vamos á verlo replicó el guapo levantándose. Mientras tanto, el desgraciado Gabino, después de atravesar el jardín, había salido al campo, como su novia adivinó burlando. No lloraba, pero tenía el corazón tan henchido de tristeza que le tomaron deseos de sentarse entre los railes de la vía férrea que por allí cruzaba y esperar á que algún tren lo arrollase.

Velázquez concluyó por llamar á Isabel, que estaba cerca. ¿Es verdad lo que me dice tu hermana, que ha regañado con Gabino? ¡Y tan verdad! respondió aquélla con mal humor. ¿ sabes si mi hermana ha tenido chabeta alguna vez? Y se alejó murmurando. Velázquez quedó serio y pensativo. Sentáronse todos al cabo, y para abrir boca tomaron ostiones y rajas de salchichón.