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Y añadió en voz misteriosa: ¡Es una jugada del chino Quiroga! ¡Ejem, ejem! volvió á toser el maestro pasando el sapá del buyo de un carrillo á otro. Créeme, Chichoy, ¡del chino Quiroga! ¡Lo he oido en la oficina! Nakú, ¡seguro pues! exclamó el simple, creyéndolo ya de antemano. Quiroga, continuó el escribiente, tiene cien mil pesos en plata mejicana en la bahía. ¿Cómo hacerlos entrar?

Su boca es pequeña, aunque de labios un tanto gruesos; sus pómulos pronunciados; la frente deprimida; los dientes pequeños y ligeramente coloreados por los jugos del buyo, y mórbidas y correctas sus formas, según podemos ver bajo la transparencia de su rica camisa de piña. Angué viste un costoso traje.

Un kalán con una olla, un almirez y un kalíkut para triturar el buyo eran sus únicos muebles como para indicar que el viejo vivía al borde mismo del sepulcro y allí cocinaba. Aquel era Matusalem en la iconografía religiosa de Filipinas: su colega y quizás contemporáneo se llama en Europa Noël y era más risueño y más alegre.

En una hoja de plátano, embadurnado de aceite para que no se pegue, deja destilar la melaza de unos caramelos, que derrite á la llama de unos tinsines que arden por cima de la hoja, sobre la que vemos perfectamente picado un poco de tabaco y otro poco de buyo, que mezcla y revuelve con la melaza, haciendo por último con todos aquellos compuestos, una especie de tabaco de las dimensiones de un primera habano.

El rumor se comentaba, se dibujaba, adquiría detalles y ninguno lo ponía en duda. Se describía el traje de Cpn. Tiago, por supuesto, el frac, la mejilla levantada por el sapá del buyo, sin olvidar la pipa para fumar opio ni el gallo sasabugin.

Tintay mascaba tanto como Tenten, con la diferencia que este tenía siempre la boca llena de buyo, mientras que su cara mitad se las arreglaba con las hojas de Cagayan. Una de las tardes en que Tintay asomó su arrogante figura al batalan, noté en ella ese embarazo propio de toda india que quiere pedir algo á un castila.