United States or Israel ? Vote for the TOP Country of the Week !
En corroboración de esto, puedo decir que tardé más de dos años en distinguir la fea de la guapa; hoy ¡ah! hoy ya es otra cosa; he comido mucho plátano, y he estado trimestres enteros sin ver siquiera un cuarto de cara de las de allá, así que puedo asegurar que Angué es muy guapa. Fotografiémosla.
Los ojos de Angué son negros, cual negras son sus largas pestañas y su hermoso pelo, que esparcido en hebras le cubre la espalda y los hombros, haciendo resaltar el color cobrizo de su cara, rasgo característico de la india, en cuyos cutis jamás encontraréis otro color. La nariz es menos chata que las de su raza.
Pepay, no por ser industrial deja de ser india; así que su actividad á lo mejor se convierte en pereza, y sus ahorros, planes y cálculos se pierden en la inercia, en una apuesta de un gallo ó un entrés contra una sota. Pepay difiere poco de Angué; es preciso fijarse mucho para distinguir la india que compone la aristocracia del dinero, á la que caracteriza la del trabajo.
Ya que estamos descansados en tierra, y ya que hemos bosquejado á la ligera á una india, veamos en las páginas que siguen, lo que es la mujer en el Oriente. La mujer india. Angué Pepay la sinamayera. ¡¡¡Una!!! A lo mucho que se ha dicho, vamos á añadir un poco más.
Colmarla de favores y de beneficios y os dará si lo pedía cuanto tiene; más no esperéis una palabra de consuelo en el dolor, ni una lágrima, ni un significativo apretón de manos en un momento solemne. En la indiferencia ni nacen venganzas, ni anidan amores, ni se evocan recuerdos. Angué es indiferente. Angué sigue inmóvil. Ni piensa, ni siente, odia, ni ama. Angué duerme.
Como la mesa de la caída está á la vista de los que suben, procura Putin que esté vistosa y arreglada, en tanto que Angué recorre los papeles de colores, inspecciona los tinsines y pone rodajitas de limón á los cochinillos fritos, manjar indispensable, sin el cual no hay convite posible en la India. Arreglada la caída, las dueñas de la casa se dirigen á la sala.
La mirada de Angué sigue inmóvil. ¿En qué pensará? ¿Abrigará temores? No. El sol alumbra en el horizonte sin nubes, los canarios de China cantan sus amores, las bomgas y las palmas baten sus hojas ante la fresca brisa del mar. Con cantos, flores y luz no puede haber temores. El Asuang y todos los malos espíritus, ya sabe la dalaga que buscan las sombras.
¡Inmóviles siguen los ojos de Angué! ¿Dormirán ante el temor de algún remordimiento, ó ante el éxtasis del placer de una satisfecha venganza? No. Angué no tiene remordimientos, como no los tiene ninguna india. Todo lo que hacen creen lo pueden hacer. El deber y el honor tiene en la india una interpretación muy diferente que en el viejo mundo.
Sufre con resignación cuanto le proporciona su culpa, y ni se queja, ni se lamenta, ni se arrepiente. ¿Amará Angué? ¿Obedecerá su languidez á uno de esos tiernos sentimientos que llenan el alma? No. Las pasiones de Angué, como todas las de su raza son momentáneas; aman hasta el delirio, pero olvidan hasta la absoluta indiferencia.
Después ... después la música dará su último trompetonazo, los tinsines su postrimer chisporroteo, y Angué despojada de sus galas ni aun soñará con el triste Chartras. Descorramos los bastidores. Veamos otro tipo. Entre la iglesia de Binondo á la capitanía del Puerto, hay una calle llamada de San Fernando: en la parte izquierda un trozo tiene portales.