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Su boca es pequeña, aunque de labios un tanto gruesos; sus pómulos pronunciados; la frente deprimida; los dientes pequeños y ligeramente coloreados por los jugos del buyo, y mórbidas y correctas sus formas, según podemos ver bajo la transparencia de su rica camisa de piña. Angué viste un costoso traje.

Esta última es morena, sus ojos por lo regular son negros, su nariz algo deprimida, su pelo largo y de gruesa hebra y sus labios ligeramente abultados. El rasgo característico que define á la cuarterona de la mestiza, es que esta última conserva en toda su pureza las tradiciones de su airoso y pintoresco traje.

Cuando ya ha sido notado, pregunta un día si hay buen Oporto o buen Coñac, y toma una copita de pie, al lado del mostrador, con aires de hombre cuya dignidad se sentiría deprimida penetrando al despacho de bebidas donde pulula el vulgo de los bebedores.

En estas personas es en las que el café, aun antes que ignacia, es eficaz para curar las afecciones muy dolorosas y espasmódicas, y un poderoso recurso para devolver al cerebro la accion súbitamente deprimida por un acceso de alegría y una fuerte emocion de placer.

El bromo obra poderosamente sobre la vida vegetativa, pues por una parte se ha justificado que por su influencia la grasa aumenta, y por otra se ha observado una gran palidez, infartos escrofulosos y muchas veces un enflaquecimiento escesivo. La actividad del sistema sanguíneo está deprimida.

Se comprende entonces que Francia, el discípulo de los jesuítas de Córdoba, y los López, discípulos de Francia, pudieran esgrimir con tan completa eficacia el terror político sobre una población moralmente deprimida por el terror religioso; así se entiende la profunda diferencia entre la política de la América del Sur, en la que las matanzas y las proscripciones fueron el principal instrumento de gobierno, y la política de la América del Norte, donde jamás se le ocurrió a ningún caudillo acudir a la intimidación de sus conciudadanos para subyugarlos o labrarse prestigios, porque 200 años antes había sido atenuada por bill de tolerancia la dieta de horrores infernales con que las iglesias cristianas alimentaban a los predestinados para el cielo.

¡Divina..., divina! murmuró el marino, casi en un soliloquio; y devoraba con delectación el rubor de la muchacha y su emoción profunda.... Cuando volvieron de aquel breve paseo, Andrés se había marchado sin esperar a comer; Narcisa tenía un pliegue enigmático en su frente orgullosa, un poco deprimida, y doña Rebeca parecía que había llorado.