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Sonaban en su conversación apellidos vascos y andaluces de arcaico eufonismo: apellidos de los que sólo se conservaba en la Península un recuerdo tradicional en crónicas y comedias de otros siglos. Acogían con el interés de un gran suceso la noticia de los que marchaban al viejo mundo.

Hay en la vida de estas ciudades viejas algo de plácido y arcaico.

Febrer entretuvo la espera contemplando esta vasta pieza, de un lujo arcaico. Así era su casa en tiempos del abuelo. Las paredes estaban cubiertas de rico damasco carmesí, y sobre ellas destacábanse antiguos cuadros religiosos de suaves pinceles italianos. Los muebles eran de madera blanca y oro, con voluptuosas curvas, tapizados de gruesa seda bordada.

Para otorgar su aplauso es preciso que el escritor le deslumbre o por el número de obras, o por su desmesurada magnitud, o por el relumbrón de los efectos, o con descripciones aparatosas y prolijos análisis de caracteres, tan prolijos como falsos, o con un lenguaje arcaico y pedantesco. El vulgo desprecia lo sincero, lo natural, lo armónico.

Se hizo de moda desayunarse con el Caracas y las frutas de horno del Leonés; comenzó el magnate, su antiguo amo, dándole su parroquia, y tras él vino la gente de alto copete, engolosinada por el arcaico regalo de un manjar digno de la mesa de Carlos IV y Godoy.

Sus dedos acariciaban en la cara interior un cerrojo enorme, arcaico, que había pertenecido á una puerta mucho más grande, y parecía que iba á desprenderse de la madera por su peso excesivo... Ferragut adivinó que este cerrojo iba á gravitar sobre la cuenta de la comida con todo su volumen.

Por el estilo del autor se viene en conocimiento de su inteligencia: Estilo metafórico, estilo engolado, estilo arcaico, estilo recortado, estilo desnudo, estilo llano, estilo exquisito, estilo colorista, estilo abstracto, etc., etc.; todos ellos, cada uno de por , denotan inteligencia limitada y escasez de pensamiento.

En la hora sedante del crepúsculo toma un aspecto severo y arcaico de yerma ciudad castellana, que evoca el heroico redoblar del Romancero o la sandalia de Teresa de Ávila, la celeste doctora, y vaga en su gran paz un perfume antiguo de penas olvidadas y de encantos añejos.