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En el apogeo de su letal influencia sobre el espíritu humano, la doctrina del achatamiento de los vivos para el engrandecimiento de los muertos, aminoró tan considerablemente la capacidad del cristiano para el pensamiento y la acción en este mundo, que los árabes y los turcos, salidos de sus estériles desiertos a impulso de un nuevo y fresco fanatismo sobre otra astilla del mismo tronco, entraron en la cristiandad como tropilla de lobos en rebaño de carneros, y la coparon desde el Asia Menor, el Egipto y el África Septentrional hasta más adentro de los Pirineos, el Austria y la Polonia, donde fueron detenidos por un resto de energía humana, salvado de la inundación de providencialismo en aquellas poblaciones del noroeste, que tenían en el culto aborigen de la virilidad individual sobre la fe en mismos, la levadura del espíritu práctico, del que retoñaron, más tarde, los ingredientes del self government, el self help y el self control, primeros brotes de capacidad humana para la vida humana por iniciativa humana, que hicieron pasar a la Holanda y la Inglaterra en el siglo XVII el imperio del mundo que fue en el XVI de la España, doblemente entecada por los ocho siglos de fatalismo musulmán y católico a la vez, sobre la fe en el auxilio de Jesús y de Mahoma y los cuatro subsiguientes de fatalismo católico puro, sobre la confianza en el auxilio de la virgen y de los santos tutelares.

Huyó de allí, volviendo al paseo, donde se encontró con Fernando, que caminaba solo. Isidro vio reflejarse en sus ojos una alegría interior. Marchan bien los negocios, según parece. La conferencia de esta mañana ha dado buen resultado... Caminemos un poco... cuénteme usted. Pero Ojeda, para desviar la conversación, evitando la solicitada confidencia, aminoró el paso y dio con el codo a su amigo.

La satisfacción de su cuñado Antonio al verse en plena libertad para la dirección y aprovechamiento de las obras se aminoró un tanto con una noticia terrible. Gallardo tenía novia.

El coche siguió adelante al trote lento de los caballos. Lloviznaba, la noche estaba negra, no brillaba ni una estrella en el cielo. Se pasó una aldea, luego otra. ¡Qué lentitud! exclamó la monja. Es que los caballos son muy malos contestó Martín. Pasaron deprisa otra aldea, y cuando no tenían delante ni atrás pueblos ni casas próximos, Bautista aminoró la marcha. Comenzaba a anochecer.