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Hiciera buen o mal tiempo, veíasele a dos pasos de la quebrada, derecho como un centinela, el sombrero de fieltro encasquetado hasta las orejas, los pies en los gruesos zuecos rellenos de paja, abrigada la espalda con un capotón de paño pardo. Cuando pienso me había dicho Domingo que hace treinta y cinco años que le conozco y le veo siempre ahí...

¡Cernícalo! díjele indignada al contemplar tal fenómeno de estupidez. Abrió los ojos, abrió la boca, abrió las manos, y hubiera abierto toda su persona, si hubiese podido, para expresar más su asombro. Volví al patio de el Zarzal, renegando del barro, de mis zuecos, de Juan y de misma. ¡Petrilla, ven! grité.

Ya he hecho bastantes zuecos en mi vida, y puesto que se presenta la ocasión de volver a coger el mosquete..., ¡tanto mejor!; ahora demostraremos a los prusianos y a los austriacos que no olvidamos la carga en doce tiempos. De este modo razonaba el buen hombre, dominado por los recuerdos bélicos; pero su alegría no duró mucho.

Vestian todos calzon angosto y chupa de paño burdo, color de castaña ó pardo, sombreros de paja, pintados de negro, de alas angostas y copas monumentales á estilo de cubiletes; y calzaban gruesos botines claveteados ó zuecos de madera bien trabajados.

Puede salir del paso con el peinador de muselina y los zapatos de raso, si encuentra en el vestíbulo un sombrero, sus zuecos de jardín y el gran chal escocés que se pone los días de lluvia para manejar. Entreabre su puerta con infinitas precauciones; todos duermen en el castillo; deslízase a lo largo de las paredes, a través de los corredores, y baja la escalera.

Junto al fuego había unos zuecos de madera. Desde luego comprendimos que los partorcillos guardianes de los corderos debían de estar cerca de nosotros, y que al ruido de las voces y de los tiros se habrían escondido entre las matas cercanas sin tiempo para recoger el calzado. Tuve entonces una idea que fue muy del agrado de mis niños.

Un tirante amarillo cruza el pecho del rapaz con la prosapia de una banda, y sujeta el calzón de pana, que no llega a los zuecos. En una mano sostiene el gorro catalán, que aún tocaba su cabeza al parecer en la antesala, y en la otra estruja una rana viva. ¡Santas y buenas noches! Saluda, Floriano. EL NI

Una salva de aplausos le sacó de su meditacion. El telon acababa de levantarse y el alegre coro de campesinos de Corneville se presentaba á sus ojos, vestidos con sus gorros de algodon y pesados zuecos de madera en los piés.

Junto a las cenizas de la hoguera apagada, nos detuvimos un momento, y mi marido colocó dentro de cada uno de los zuecos doce sueldos, y mis hijas un puñado de confites que habían guardado para merendar.

Arropándome en una capucha, tomé mis zuecos y me dirigí hacia la quinta, situada a un kilómetro de la casa. Chapuzando, chapoteando y enterrándome, llegué hasta donde estaba Juan que limpiaba su arado. ¡Buen día, Juan! ¡Buen día, señorita! contestó Juan, quitando su bonete de lana, lo que permitió a sus cabellos que se pararan tiesos sobre la cabeza.