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Actualizado: 25 de junio de 2025
Socorredme, exclamó la dama á Zadig entre sollozos, y sacadme de poder del mas inhumano de los mortales; libradme la vida. Oyendo estas voces, fué Zadig á interponerse entre ella y este cruel.
Los criados le anunciáron llorando que aquella misma noche se habia caido muerto de repente su marido, que no se habian atrevido á llevarle tan mala noticia, y que acababan de enterrar á Zadig en el sepulcro de sus padres al cabo del jardin. Lloraba Azora, mesábase los cabellos, y juraba que no queria vivir. Aquella noche pidió Cador licencia para hablar con ella, y lloráron, ámbos.
Saca entónces el Egipcio su espada, ármase Zadig con la suya, y se embisten uno y otro. Da aquel mil precipitados golpes; páralos este con maña: y la dama sentada sobre el césped los mira, y compone su vestido y su tocado.
Echóse á reir Setoc, al ver que todos iban encorvados; y se tomó Zadig la libertad de explicarle la razon, enseñándole las leyes del equilibrio.
Desnudó Zadig su espada despues de hacer una cortesia á la reyna, que agitada de temor y alborozo le miraba; Itobad desenvaynó la suya sin saludar á nadie, y acometió á Zadig como quien nada tenia que temer. Ibale á hender la cabeza de una estocada, quando paró Zadig el golpe, haciendo que la espada de su contrario pegase en falso, y se hiciese pedazos.
Ese es un caballo, dixo Zadig, que tiene el mejor galope, dos varas de alto, la pesuña muy pequeña, la cola de vara y quarta de largo; el bocado del freno es de oro de veinte y tres quilates, y las herraduras de plata de once dineros. ¿Y por donde ha ido? ¿donde está? preguntó el caballerizo mayor. Ni le he visto, repuso Zadig, ni he oido nunca hablar de él.
Va Zadig á él, le desarma; y quando mas enfurecido el Egipcio se quiere tirar á él, le agarra, le aprieta entre sus brazos, le derriba por tierra, y poniéndole la espada al pecho, le quiere dexar la vida. Desatinado el Egipcio saca un puñal, y hiere á Zadig, quando vencedor este le perdonaba; y Zadig indignado le pasa con su espada el corazon.
Hablaba el ermitaño del destino, de la justicia, de la moral, del sumo bien, de la humana flaqueza, de las virtudes y los vicios con tan viva y penetrante eloqüencia, que Zadig por un irresistible embeleso se sentia atraído hácia él, y le rogó con ahinco que no le dexara hasta que estuviesen de vuelta en Babilonia.
Teneis razon, replicó el primer eunuco. Es una perra fina muy chiquita, continuó Zadig, que ha parido poco ha, coxa del pié izquierdo delantero, y que tiene las orejas muy largas. ¿Con que la habeis visto? dixo el primer eunuco fuera de sí. No por cierto, respondió Zadig; ni la he visto, ni sabia que la reyna tuviese perra ninguna.
Bueno está, exclamó Zadig, ¿no habia dicho yo que la piedra daria testimonio? una vez que sabe ese hombre donde está, confiesa que se contó el dinero sobre ella.
Palabra del Dia
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