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Pues entiéndase que las manías estan distribuidas en muchas clases y graduaciones; que las hay continuas y por intervalos, extravagantes y arregladas, vulgares y científicas; y que así como Don Quijote convertia los molinos de viento en desaforados gigantes, y los rebaños de ovejas y carneros en ejércitos de combatientes, puede tambien un sabio testarudo descubrir con la ayuda de sus telescopios, microscopios y demas instrumentos, todo cuanto á su propósito cumpliere.

Únicamente así podremos comprender la grandeza del teatro y la majestad, majestad de altar, de esos telones que unos hombres vulgares levantan todas las noches ante el misterio de la vida.

Los demás oficiales no ofrecían absolutamente nada de particular en sus rostros: facciones abultadas, ojos negros, bigotes retorcidos, perillas puntiagudas, fisonomías vulgares en un todo, aunque varoniles. Se comprendía a primera vista que les venía muy ancha la toga.

Si lo sabe, nada le importa. El no piensa más que en política; ni en aquella cabeza hay la discreción y la astucia que necesitas para salir de aquí. En aquel corazón no caben más que las desenfrenadas y vulgares pasiones del pueblo, capaces tal vez de un hecho notable, pero inútiles para consolar á un ser débil y delicado.

Boscoso; adula, o como otros vulgares dicen, alude al boscan, que es una piel, al bosque o monte, porque hago botas de monte, y al oso, porque se engrasa el material con unto de oso.

Ya diez años antes de la muerte de Lope, decía Mira de Mescua: «Pues si Suidas y Quintiliano se admiraban de que Menandro hubiese escrito ochenta comedias ¿qué admiración se deberá á aquél, de quien hoy se leen más obras escritas en los tres estilos de la poesía, que de todos los poetas griegos, latinos y vulgares?....»

»Porque al fin, por triste que sea es necesario confesarlo, por poco académico que sea, es preciso decirlo: la virtud no figura ya en el movimiento moderno. »¡Pobre virtud! los vulgares la ridiculizan, los fisiólogos la niegan, la gente alegre la encuentra fastidiosa, y las personas prácticas la consideran inútil.

Se habían unido, creyendo en la hermosura de la vida, en la eterna primavera del amor, con las risas e inconsciencias del pájaro, para verse de pronto prisioneros de su propia obra, transformados en vulgares procreadores, con todas las angustias de la responsabilidad. Feli dormía otra vez, y su amante pensaba. La obscuridad de la habitación parecía embrollar sus ideas.

A semejanza de Diógenes, siempre andaba buscando un hombre. ¿Blanca? La hermosura sin alma, la coquetería sin delicadeza. Poseía la ciencia de vestirse e ignoraba el arte de desnudarse. Margarita..., Paz..., Asunción...; profesionales vulgares que no sabían más que entregarse como insensible mercancía a tantos o cuantos duros vista. ¡No! Ninguna le servía.

La expansión, dulcemente truhanesca, que le llamaba con los vulgares nombres de petit coco ó mon gros cheri, hacíale sonreír juvenilmente bajo su barba venerable. Era una pasión que alegraba el ocaso de su vida, que resucitaba su alma casi en las puertas de la vejez.