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ERNESTO. ¡No...! ¡No volverás más...! ¡Te echo...! ERNESTO. ¡...! Ve a recoger todo lo tuyo... Te ajustaré la cuenta en seguida y no te veré más. ERNESTO. ¡No oigo nada...! ¡Déjame en paz...! Es el señor Froment, mi profesor de bridge. Aparece el señor Froment, un viejecillo seco como un esparto, con cabeza de gorrión disecado y con cabellos de un blanco amarillento sobre una calvicie excesiva.

1 No verás el buey de tu hermano, o su cordero, perdidos, y te retirarás de ellos; los volverás sin falta a tu hermano. 2 Y aunque tu hermano no fuere tu pariente, o no le conocieres, lo recogerás en tu casa, y estará contigo hasta que tu hermano lo busque, y se lo devolverás.

-Has dicho, Sancho -dijo don Quijote-, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras: el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana. Ven, hijo, y vamos a buscar donde me embosque, que volverás, como dices, a buscar, a ver y hablar a mi señora, de cuya discreción y cortesía espero más que milagrosos favores.

Pero volverás, dime que volverás pronto. Piensa que has escupido para volver, y eso es importante. No vendrás aquí mismo... conforme... Pero volverás a Europa. ¡Y esto es Europa, Fernando!... Nos juntaremos en París, y si no en Suiza... o si te parece mejor en Italia, o tal vez en Atenas o El Cairo.

En fin, adiós por última vez, y que la Birgen te perdone, que yo no te deseo mal ninguno. Cuando te as ido así, es que no volverás nuncaLa letra era torpe y temblorosa; algunas palabras estaban medio borradas por las lágrimas que habían caído sobre el papel, mezclándose a la tinta fresca.

, ven; mira que el mejor día sabrás que me dió un supiritaco y estoy de muerte, o enterrado, y que no volverás a ver a tu maestro. no quieres creer que ya estoy viejo. Pues, hijo mío, ¡nada más cierto! Las piernas están más débiles cada día; la cabeza no anda de lo mejor.... ¡Ya es tiempo! ¡A mi edad todo es decadencia!

Doña Juana se puso encarnada, hizo una profunda reverencia al duque de Gandía, y adelantó con menos apresuramiento hasta su padre, y se arrodilló y le besó la mano. ¿Te han dicho que no volverás al convento, hija? la preguntó el conde. , señor. ¿Y te pesa? No, señor. Dilo sin reserva, sin temor. Yo no tengo más voluntad que la de mi buen padre. Se trata de que cambies de estado.

Pero, hombre, ¿no te juro que se han acabado ya tus malos días para siempre? ¿que me encargo de tu porvenir, bajo mi fe de notario? Si accedes a vivir, se acabarán tus sufrimientos, no volverás a trabajar, ¡tus años constarán de trescientos sesenta y cinco domingos! ¿Sin lunes? Y de lunes también, si lo prefieres. Comerás, beberás, fumarás buenos habanos.

Yo también estaba triste. Pero el corazón me está diciendo hace tiempo: « volverás, volverás...». Y si una no volviera, ¿para qué es vivir? Vivir para que llegue un día así; lo demás es estarse muriendo siempre. Es tarde, y no quiero que te comprometas. Precaución, chica. No hagamos tonterías. Volviendo a acordarse de Feijoo, repitió ella: «Lo principal es no hacer tonterías».

«Pero hombre, no te apures le decía su mujer . Volverás a los Santos Lugares». ¿Pero crees, tonta, que van a quedar Lugares Santos? Todos serán lugares pecadores. Verás la que se arma: guillotinas, sangre, ateísmo, desvergüenza, y por fin, vendrán las naciones... no te creas, ya puede que estén viniendo... en socorro de la Reina; vendrán las naciones y se repartirán nuestra pobre España.