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Actualizado: 8 de julio de 2025
Una de las ninfas o de las sílfides que con ella bailaba decíala en voz baja: Oye, querida: fíjate en la orquesta, a la derecha; ¡observa cómo me mira! ¿Quién? Ese guapo joven que viste chaleco de cachemir. ¿Y qué significa eso? Que está enamorado de mí. ¡Enamorado! exclamaba Judit. Está claro; ¿de qué te asombras? ¿Acaso tú no tienes algún amorcillo? ¡Dios mío! yo no. ¡Tiene gracia!
Acércanse también los pastores para adorar al Niño Divino, le ofrecen presentes, y la Profecía convoca al linaje humano para manifestarle el cumplimiento de sus predicciones. ¿Qué hay, Satán? ¿Rásgase el cielo? ¿Llueven las nubes aquel Rocío que espera el mundo, O el león viste la piel De cordero? En la cestilla ¿Baja el eterno Moisés Por el caudaloso río Que mar de las gracias es?
Á pesar de los textos, á pesar de los latines me repugna esa cobarde resignación. ¿Cómo cobarde? ¿Dónde viste tú que para con Dios haya cobardía? La resignación á su voluntad no implica, por otra parte, el que te aquietes y te llenes de contentamiento de tí propio.
¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho -dijo don Quijote-, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios. -Todo pudo ser -respondió Sancho-, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.
Ni el Tenorio de suburbio que no se modifica; que se viste hoy como ayer, con abalorios de altar mayor y prendas de precio fijo; sano, insulso, inofensivo, olvidado por los buenos y mortificado por los que todavía creen que es de buen tono zaherir o burlarse de los inocentes.
Marcialmente viste en las grandes solemnidades un viejísimo uniforme de sargento y periódicamente cobra una pequeña asignación en premio á sus servicios entre los que descuella el siguiente: Una mañana se encontraba el Gobernador de Albay en su despacho, cuando se le anunció que un indio mal herido y cubierto de sangre deseaba hablarle.
Sí... ya sé, del duque de Uceda. ¿Pero cómo el duque de Uceda...? El duque, viste, calza, da joyas y dinero; á más envía todas las mañanas á uno de sus criados con un cestón lleno de lo mejor que se vende en los mercados, para doña Ana de Acuña. ¡Ta! ¡ta! ¡ta! ¿Doña Ana de Acuña se llama la que vive en esa casa? Sí por cierto. ¿Y es querida del duque de Uceda?
Lo que yo sé es que no tengo la culpa de que lo hayas sido hasta ahora, y menos sé aún en qué y cuándo te he engañado. Me has engañado fingiéndote santa, para que yo, embaucado, te adorase, cuando no eres santa, sino una mala mujer. Por todo el lugar no se habla de otra cosa sino de tus relaciones con don Paco, y de que te mantiene y te viste.
En cambio esta mujer ¿a qué aspira ni qué quiere? Yo la censuro de que se cuida las manos; de que mira tal vez con complacencia su belleza; casi la censuro de su pulcritud, del esmero que pone en vestirse, de yo no sé qué coquetería que hay en la misma modestia y sencillez con que se viste. ¡Pues qué! ¿La virtud ha de ser desaliñada? ¿Ha de ser sucia la santidad?
La gualdrapa que viste cada uno de esos miembros de la aristocracia de los brutos, vale mas que todo el vestido que un labriego español puede consumir en un año.
Palabra del Dia
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