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Actualizado: 8 de julio de 2025
Pero si era efectivamente de la Inclusa y los que tenía por padres no lo eran, ¿por qué la amaban más aún que á los dos niños? No, no podía ser. Todo era una calumnia. Las chicas del pueblo la envidiaban porque sus padres la regalaban y la vestían mejor que á ellas.
La única distinción que pude encontrar entre moras y cristianas, era en que las primeras vestían faldas cortas y las segundas lo hacían de cola muy larga. En cuanto á los actores no puedo resistir la tentación de bosquejar á D. Bernardo Carpio.
Un marino de Génova, antiguo amigo de Ulises, le llevó á un café del puerto donde se reunían los capitanes mercantes. Eran los únicos que vestían traje civil entre la concurrencia de oficiales de mar y tierra que se apretaba en los divanes, obstruía las mesas y se aglomeraba ante la puerta.
Las dos hijas solteras que se encontraban en el círculo de los tertulios pasaban ya de los treinta, y vestían el traje con que iban a representar, lo mismo que la nieta. Estaba también el padre de ésta, viudo, hijo de la señora, y que no habitaba la casa porque sus costumbres independientes no se compadecían con el régimen austero que allí se observaba.
Aquellas prendas se depositaban en una alcoba donde había una cama de excusa, pero sin colchón ni ropa; con las cuerdas al aire. Aquél era el vestuario de los actores y actrices de charadas. Se vestían todos juntos porque todo se ponía sobre el propio traje. Además Visita no alumbraba el cuarto, ¿para qué?
Los más viejos y tradicionalistas se vestían lo mismo que sus remotos abuelos, con largos caftanes de colores fuertes y rayados. Las mujeres, cuando no imitaban las modas europeas, lucían un traje pintoresco que hacía recordar la indumentaria española de la Edad Media. No eran únicamente cambistas ó comerciantes, como en el resto de la tierra.
Casi todas ellas llevaban guantes, y este forro de piel que ocultaba sus manos rudas y no muy limpias enorgullecíalas como una muestra de distinción, al mismo tiempo que paralizaba sus ademanes. Otras vestían de golfos, enfundadas en pantalones masculinos, que parecían próximos a estallar con la presión de las rollizas carnes.
Cuantos historiadores han descrito el acto de la entrega de la Infanta hacen mención del contraste que ambas Cortes formaron: las damas francesas se presentaron ataviadas con exquisita elegancia; las nuestras afeadas por sus ridículos guardainfantes y tontillos; en cambio los caballeros de Luis XIV iban sobrecargados de lazos, cintas y moños mientras los españoles vestían el airoso traje de seda y terciopelo negros, esmaltado el pecho por alguna venera verde o roja de las Órdenes Militares.
Los aventureros vestían coraza o cota de malla e iban armados, de espada todos, y unos de flechas, y otros de picas y venablos. A pesar de que en la fortaleza se ignoraba el oculto camino por donde en ella se podía penetrar y a pesar del descuido de la guarnición, la empresa de Morsamor estuvo a punto de malograrse.
El imperio de la chaqueta era tan general como lo real; por entonces todos vestían chaqueta, como todos pertenecían á una corporación, municipio, archicofradía ó instituto real. Todo era chaqueta y todo era real. La majestad andaba en chaqueta.
Palabra del Dia
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