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Actualizado: 21 de junio de 2025
En la plaza del pueblo se había instalado una música al aire libre y las gentes del país saltaban sobre el césped á la luz de unos faroles á la veneciana colocados por el tendero. La señorita Guichard había enviado algunos toneles de vino para que refrescasen los bailarines, y estos diversos atractivos hacían que se agrupase delante de la verja una gran multitud.
Esto me parece tan extravagante como lo que he oído decir que acontecía hace un siglo entre nosotros, cuando, al ponerse en escena El maestro de Alejandro, salía Aristóteles vestido de abate, con casaca, chupa, espadín, zapato de hebilla y capita veneciana.
Notabilísimo dibujante fué aquel hombre y así lo demostró en todas sus obras, donde á más se admira un bellísimo colorido, que pone bien de manifiesto la influencia que en el artista ejerció la escuela veneciana, cuando la estudió detenidamente durante su permanencia en Italia.
El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico prolongaba las operaciones de carga al resplandor de sus reflectores eléctricos, destacándose sobre esta lobreguez con la animación de una fiesta veneciana. De tarde en tarde un hombre de lento paso entraba en el círculo de un reverbero, brillando el cañón de su fusil.
Allí acude mucha gente, y los delicados sorbetes que se sirven se toman agradablemente oyendo diferentes cuadrillas de músicos y cantantes que se suceden en el órden de sus conciertos al aire libre. Por lo regular, mejor dicho de seguro, cada grupo de músicos tiene por postulante una encantadora veneciana, de ojos negros y perfecta hermosura.
Se hizo misántropo. Siempre salía solo, al obscurecer, y volvía pronto a casa. Una noche le llamó la atención un ruido de colmena que venía de la parte de la catedral. Oyó cohetes. ¿Qué era aquello? La torre estaba iluminada con vasos y faroles a la veneciana.
Esta oda, que empezaba: «¡Oh dulce religión inmaculada!» era inspiradísima y fue recibida con vivas muestras de aprobación. El banquete terminó de noche cerrada. A las seis, el sacristán y algunos empleados del municipio comenzaron a iluminar los farolillos a la veneciana del Campo de los Desmayos, de tal modo que a las ocho estaban casi todos encendidos. La velada se presentó muy alegre.
Sobre el duro azul de un celaje no empañado por la más leve bruma, ondean las flámulas, colocadas en mástiles a la veneciana alrededor del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus gayos colores no desdicen del júbilo radiante del cielo y de la estrepitosa y alegre multitud. Arcos y ondas de follaje verde corren de mástil a mástil, disonando y contrastando con el tono cerúleo del firmamento.
Como el velar el sueño del ser amado no es ocupación que dé empleo a las manos, Bonis, arrimado al velador de incrustaciones de no sabía él qué pasta, que imitaban una escena veneciana azul y rosa con manchas de café y huellas de nitrato de plata, dibujaba con pluma de ave sobre un pedazo de papel de barbas.
Era necesario todo este tiempo para que los invitados pudiesen preparar sus disfraces. Exigíase traje de capricho: a los caballeros, cuando menos, la talmilla veneciana sobre los hombros. La prensa comenzó a esparcir el anuncio del baile por todos los rincones de España.
Palabra del Dia
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