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Actualizado: 5 de junio de 2025
Preciosísima y blanca perla del mar de Oriente, edén esplendoroso de refulgente sol: yo te saludo ansioso, y adoración ardiente te rinde el alma mía, que es su deseo vehemente verte sin amarguras, sin el yugo español.
Necesitaba ver á René. Pertenecía al mismo cuerpo de ejército que Julio; tal vez estaban en lugares algo lejanos, pero un automóvil puede dar muchos rodeos antes de llegar al término de su viaje. No necesitó decir más. Desnoyers sintió de pronto un deseo vehemente de ver á su hijo.
Tan vehemente era su interés por la salud de la bestia, que hasta acariciaban la absurda esperanza de una extraña reacción, de un milagro que las permitiera tener el carruaje disponible para el día siguiente. Arrastradas por la rutina, hasta sentían tentaciones de rezar por el pobre animal.
El deseo de una cosa de tal suerte muda la fantasía, y altera al juicio, que si es muy vehemente nos hace errar. Este deseo le gastó la fantasía de manera, que ninguna otra cosa imaginaba con mayor vehemencia.
¡Cerca de los cuarenta años, con un pasado que era toda una historia, sentir esta pasión tan vehemente, tan juvenil!... ¡Creer todavía en el amor! Miguel la miró con unos ojos que casi eran de odio.
Con esta disposición de ánimo entró Lucía á ver á Clara. Apenas se vieron, se abrazaron estrechamente. Clara, al contrario de Lucía, era melancólica, vehemente y apasionada, como su madre.
Y se entregó a unos amores de imaginación, en los cuales la distancia hermoseaba aún más a aquella mujer. Sintió el deseo vehemente de volver a su ciudad. La ausencia y la distancia parecían allanar los obstáculos.
No vamos dijo la señora de Galba con repentina energía contestando a una observación hecha en voz baja por el coronel, y retirando su mano de la vehemente presión de aquel hombre apasionado. Es inútil; mi decisión está ya tomada. Es usted libre de mandar por mi maleta tan pronto como quiera; pero yo me quedaré aquí para poner frente a frente de este hombre la prueba de su infamia.
¡Ah la hurí! temblando dice; y volviéndose á su gente ¡llevadla! añade vehemente con fiero acento brutal; y aquella voz pavorosa que á los árabes sorprende, su honrada cólera enciende y es del combate señal.
La maldita vanidad me hizo ser un infame. ¡Había tantas mujeres guapas cuando yo era mozo, á quienes cuesta tan poco otro tropiezo, una caída más ó menos! ¿Por qué, pues, no siendo arrastrado por una pasión vehemente, que ni siquiera tengo esta excusa, ir á turbar la paz del alma de aquella austera señora? Tiene razón sobrada. Soy digno de que me aborrezca ó me desprecie.
Palabra del Dia
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