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Actualizado: 7 de junio de 2025
En mi concepto, el arte verdadero, es decir el que se inspira de las grandes cosas y hace grandes revelaciones, no puede nacer y vivir hoy en las ciudades opulentas, entre el bullicio de la especulacion, las miserias y vanidades de lo que llaman el mundo y las farsas de la moda caprichosa.
En la primera se dice así: «No creo en hechicerías, Que todas son vanidades: Quien concierta voluntades Son méritos y porfías.» Y en la última se lee la siguiente: «Pues, Tacón, así son toda; Y no que tengan te asombres Con los necios opinión, Porque las brujas lo son Porque son tontos los hombres.» Jovellanos, Memorias sobre las diversiones públicas, pág. 36.
Acaso en ninguna parte son mas ridículas y palpables las vanidades y tonterías de la flaca humanidad, que en esos sitios donde la naturaleza ostenta como soberana la casta desnudez de sus gracias ó la majestad de sus grandiosas formas. El panorama que la vista abarca desde el Kulm es imponderablemente sublime, variado y sorprendente.
Los Aubry que lo querían mucho, atribuyeron primeramente a su carácter huraño, su obstinación en no aparecer por el hotel sino cuando sabía que estaban solos; redoblaron sus atenciones hacia él, pero dejaron que procediese a su gusto, sin sospechar el sufrimiento que, de improviso, lo había embargado. ¿Cómo podían conocer su pesadumbre, ellos que tenían a Juan por un hombre fuerte, resuelto, superior a las vanidades humanas?
Jacobo hablaba bien, y era la más mimada de todas sus vanidades la vanidad de su elocuencia; mas no osó, sin embargo, confiar su discurso a la memoria, y limitóse a leerlo, temeroso de pasar por alto alguno de los habilidosos rodeos con que procuraba sortear los grandes escollos que por todas partes le cerraban el paso.
En vano iba de un lado a otro la marquesa de Butrón, intentando, con su fino tacto y sus delicadas maneras, ahogar en germen aquellos puntillos mujeriles, aquellas vanidades alborotadas que amenazaban dar al traste con la suspirada fusión a duras penas obtenida en el baile de Currita; tan sólo pudo conseguir su ímprobo trabajo colocar a la duquesa de Astorga, mujer bondadosísima, al lado de la excelentísima señora doña Paulina Gómez de Rebollar de González de Hermosilla, cuya colosal figura se destacaba sobre un asiento muy alto, aislada entre tirios y troyanos, silenciosa y pensativa, cual Safo meditando su suicidio en lo alto de la peña de Léucades.
Siendo al fin más fuerte que su timidez su apetito de charlar, rompió el silencio de esta manera: «Señorita, ¿se cansa usted de esperar?... Todo sea por Dios. No hay más remedio que conformarse con su santa voluntad». Pero como su ánimo no estaba para vanidades, fijó toda su atención en las palabras consoladoras que había oído, contestando a ellas con una mirada y un hondísimo suspiro.
Estaba al tanto de los progresos científicos, y sin pedantería ni vanidades, así, como quien no quiere la cosa, discurría como un sabio, de Filosofía y de ciencias físicas y naturales, dando innumerables muestras de su claro talento y de su copiosa erudición. ¡Buenos ratos me pasé oyéndole hablar de religión! ¡Qué mansedumbre! ¡Qué dulzura! ¡Nada de vanos escrúpulos ni de ridículas gazmoñerías!
Se le venía á la memoria la célebre oracion de San Juan Crisóstomo defendiendo al eunuco Eutropio: «¡Nunca fué como ahora oportuno decir: Vanidad de vanidades y todo vanidad!»
Entonces fué cuando mis ideas cambiaron poco á poco y en el silencio de mi vida claustral me convertí en otro hombre. Todo lo que más había amado en el mundo, el placer, el lujo, las vanidades humanas, me parecieron miserias y vi claramente la perniciosa inutilidad de la existencia que había realizado.
Palabra del Dia
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