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Medio siglo después me acordé de D. José María Malespina, y dije: «Parece mentira que las extravagancias ideadas por un loco o un embustero lleguen a ser realidades maravillosas con el transcurso del tiempo». Desde que observé esta coincidencia, no condeno en absoluto ninguna utopía, y todos los mentirosos me parecen hombres de genio.

Otra prueba de la misma verdad nos ofrece una novela del Sr. Bellamy, ciudadano anglo-americano también, novela de la que se vendieron cerca de cuatrocientos mil ejemplares, a poco de ver la luz pública. La novela era lo que podemos llamar una utopia socialista o comunista. La imaginó el autor en porvenir no muy distante. La revolución social se había ya realizado.

Otras reformas de detalle podríamos añadir tocantes al comercio, á la agricultura, á la seguridad del individuo, de la propiedad, á la enseñanza, etc.; pero estas son cuestiones que trataremos por separado en otros artículos. Por ahora nos contentamos con los esquemas, no vaya alguno á decir que pedimos demasiado. No faltarán espíritus que nos tachen de utópicos: mas ¿qué es la utopia?

A semejanza de Platón, Tomás Moro y otros, que construyen una ciudad ideal, me he lanzado yo, en esfera mucho más chica, á forjar una á modo de utopía teatral dramática ó más bien escénica. Ya tenemos, cuando no en realidad, imaginariamente, edificio para el teatro; la mejor compañía posible hoy en España, y un abundante, lujoso y escogido material de trajes, muebles, armas y decoraciones.

Utopia era un país que imaginó Thomas More, en donde había sufragio universal, tolerancia religiosa, abolición, casi completa, de la pena de muerte, etc. Cuando la novelita se publicó, consideráronse estas cosas como ensueños, imposibles, esto es, utópicos.

Y, sin embargo, la civilización ha dejado muy atrás el país de la Utopia: la voluntad y la conciencia humana han realizado más milagros, han suprimido los esclavos, y la pena de muerte para el adulterio ¡cosas imposibles aun para la misma Utopia!

El alemán al servicio del zarismo no siente escrúpulos ni lamenta su conducta: mata fríamente, con método minucioso y exacto, como todo lo que ejecuta. El ruso es bárbaro, pega y se arrepiente; el alemán civilizado fusila sin vacilación. Nuestro zar, en un ensueño humanitario de eslavo, acarició la utopía generosa de la paz universal, organizando las conferencias de La Haya.

No quiero decir con esto, que fuese tan apasionado como para no saber guardar un justo medio: hubiese aceptado una república, si la hubiese creído posible, y se inclinaba ante la constancia de ciertos hombres, que luchan de buena fe por una utopía.

La huella de sus pasos no se borrará jamás en los anales del derecho humano, porque ellos han sido los primeros en hacer surgir nuestro moderno concepto de la libertad, de las inseguridades del ensayo y de las imaginaciones de la utopía, para convertirla en bronce imperecedero y realidad viviente; porque han demostrado con su ejemplo la posibilidad de extender a un inmenso organismo nacional la inconmovible autoridad de una república; porque, con su organización federativa, han revelado según la feliz expresión de Tocqueville la manera cómo se pueden conciliar con el brillo y el poder de los Estados grandes la felicidad y la paz de los pequeños.

¡Utopía, utopía! contestó secamente Simoun; la máquina está por encontrarse... en el entretanto tomo mi cerveza. Y sin despedirse dejó á los dos amigos. Pero ¿qué tienes hoy que estás batallador? preguntó Basilio. Nada, no lo , pero ese hombre me da horror, miedo casi. Te estaba tocando con el codo; ¿no sabes que á ese le llaman el cardenal Moreno? ¿Cardenal Moreno?