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Actualizado: 27 de junio de 2025


Todo el día y toda la tarde estuve en compañía de Mary. Por la tarde, después de comer, cuando fuí a casa de Recalde a buscar a mi novia, me encontré con Quenoveva. Le pregunté por su padre, el gran Urbistondo, y por toda la chiquillería, y, aunque ella se oponía y se ruborizaba, la abracé efusivamente. A Mary no le hizo mucha gracia el abrazo que di a su amiga, pero se le pasó pronto el enfado.

La familia era muy graciosa y simpática; el viejo Urbistondo nos enseñó la casa; luego me llevó a la torre. Me preguntó allí, confidencialmente, cómo estaba el padre de Mary, y al decirle que no andaba bien y que no sabía qué iba a ser de aquella muchacha, me dijo: ¡Eh!, cuidado, compañero. Si Mary tiene que salir de Bisusalde, que venga aquí. Esta casa, como si fuera suya.

Urbistondo no creía en el vapor; le parecía que gastar carbón, pudiendo navegar a vela, era una estupidez, y cuando veía que soplaba un buen viento, creyendo hacer un obsequio a la Compañía, mandaba apagar los fuegos, largaba las velas y se lanzaba a navegar como Dios manda.

A más del puente de Muntingbayan son muy notables y dignos de citarse en este camino el de Isabel II, levantado sobre el río Iyam su primera piedra la puso el inolvidable Gobernador, D. José María de la O., el 15 de Marzo de 1852, y la última el 6 de Julio del siguiente año, el de Urbistondo sobre el río Malaoa y el de D. Francisco de Asís que une las altas rocas entre las que corre el pintoresco cáuce del tortuoso y agreste Domoit.

Se le dejará un cuarto para ella, y Quenoveva la atenderá. Pero, hombre, Urbistondo, usted tiene mucha gente. Nada, Shanti. No hay más que hablar. Que venga aquí.

A principios de febrero, una mañana, Mary me mandó un recado urgente diciéndome que fuera a Bisusalde lo más pronto posible. Me vestí, tomé el caballo de Aspillaga y, al trote, me fuí a la casa de la playa. Mi tío Juan había muerto. En la casa estaban Mary, el criado viejo, Quenoveva y Urbistondo. Me enteré de lo que se necesitaba. Había que mandar construir un ataúd en Lúzaro.

No podía comprenderlo. Todas las preocupaciones que me servían para olvidarme un poco de mis inquietudes amorosas fueron pronto desechadas al recibir una carta de Genoveva, la hija de Urbistondo. Genoveva me decía que Juan Machín, el poderoso minero de Lúzaro, galanteaba a Mary. Ella no le hacía por ahora el menor caso, pero él la perseguía y la asediaba cada vez con más ahinco.

Quenoveva palideció y se ruborizó de alegría al recibir la sortija; respecto a los juguetes, Urbistondo opinó que para el primer día bastaba con que los chicos los vieran únicamente; si no, los iban a romper. Me despedí de Urbistondo y de su familia, y Mary y yo nos dirigimos a Lúzaro por el Izarra.

Era partidaria de que dejara esta derrota larga y me embarcara en algún vapor de la travesía Bilbao-Liverpool. Su padre podría escribir al director de la Compañía donde antes había navegado. Me pareció un buen consejo, y hablé a Urbistondo para que escribiera inmediatamente. El hombre quedó muy satisfecho de poder demostrar su influencia.

Esto originaba grandes confusiones, y durante el gobierno del general Urbistondo si no estamos equivocados, se dispuso que los indios adoptaran apellidos, y al efecto se mandaron por provincias extensas relaciones de aquellos para que escogiera cada cual el que más le agradase.

Palabra del Dia

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