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Los enamorados, al verse protegidos por esta muralla de carne y de lienzo, sin miedo ya á la curiosidad del cortejo universitario, corrieron el uno hacia el otro. El hombre echó atrás sus velos femeniles. Efectivamente, era Ra-Ra. Los dos se abrazaron y empezaron á besarse, sin prestar atención al grupo de atletas, que presenciaban sus arrebatos con impasible estupidez.

El doctor hijo del Padre de los Maestros había renunciado á su traje universitario é iba vestido como la esposa de un menestral. Así, gentleman dijo ella, como si adivinase sus pensamientos , es imposible que me reconozcan. ¿A quién se le puede ocurrir en nuestra República que una mujer vaya vestida de mujer?

El universitario aceptó con humildad. ¡Si usted se empeña!... ¡Es usted tan bondadoso!... Sabía Golbasto por experiencia que nada halagaba á este compañero como oir sus versos recitados por su boca. El poeta del cochecillo en forma de concha, de los tres caballos humanos y del látigo sangriento declamaba con una dulzura celestial que hacía verter lágrimas.

Múltiples actividades distraen y preocupan su existencia. Militar primero y esto es lo más asombroso tratándose de Álvarez, abogado, periodista, juez, escritor, diputado, profesor universitario después.

El alto personaje se sentó en él, teniendo á un lado al obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneció detrás, rígido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren.

Pero el doctor Popito, además de proporcionar al Padre de los Maestros abundantes molestias en el presente, le recuerda un pasado de sucesos muy tristes. Viendo que Flimnap callaba, el gigante indicó con un gesto su deseo de saber algo más; pero el universitario se negó á seguir hablando si no se colocaba antes en una oreja aquel aparato que permitía oir las voces más tenues.

Bajó los ojos y añadió con una expresión de tierna simpatía: Por algo he encontrado tantas veces en sus versos la palabra Amor con una mayúscula más grande que mi cabeza. Después pareció sentir la necesidad de cambiar el curso de la conversación, recobrando su altivo empaque de personaje universitario. Aunque ninguno de los presentes pudiera entenderla, temía haber dicho demasiado.

Hay que hacerles saber que tengo un diploma universitario y que odio a la Policía tanto como ellos. ¿Pero qué hacer? La muchacha ha desaparecido. No puedo esperarla aquí hasta mañana. ¡No faltaba más! Por otra parte, aun no he comido...»

Aquí la ciencia del universitario se extendía en luminosa digresión para explicar á sus compatriotas la existencia del pañuelo entre los Hombres-Montañas, el uso incoherente que le dan y las cosas poco agradables que depositan en él.

Aunque estudiaba Derecho solo para tener un título académico, gozaba no obstante fama de aplicado y como dialéctico á la manera escolástica no tenía nada que envidiar á los más furibundos ergotistas del claustro Universitario.