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Actualizado: 16 de junio de 2025
Pero, siendo pocos los que debian defender el camino, aunque insuperable, ocupó el enemigo el Monte Grande, y trepando la caballeria, hasta pasar las asperezas de las montaña, se mantuvo en el desfiladero de la salida, y así quedó seguro el bosque para la infanteria.
Me sirve también de singular consuelo el ver, que por medio del fuego de la mayor gloria de Dios que arde en los corazones de mis hermanos los Jesuitas, misioneros de la provincia del Paraguay obra Dios los milagros que obraba en la primitiva Iglesia, porque cumplen estos á la letra lo que Cristo manda á los que profesan la vida apostólica, discurriendo por las inmensas campañas de aquella parte de América, trepando inaccesibles selvas y bosques venciendo la fragosidad de los montes, arrestados siempre á perder mil vidas, sólo por darla á infinitos bárbaros, que ciegos con las tinieblas de la gentilidad, viven más como fieras que como racionales.
Un instante después, Pateta seguía trepando jadeante hacia la última línea de trincheras, ya vencidas, donde Pepe había entrado con su compañía.
Viajaba en la Cordillera; hacía tres días que estaba separado de los últimos vestigios de la civilización, y, montado en mi mula, de paso igual y firme, atenta al peligro, ajena a la fatiga, avanzaba entre las gargantas de los Andes argentinos, ya trepando un cerro en cuya cumbre rugían los vientos de los páramos, ya siguiendo lentamente el cauce seco de un río que esperaba el deshielo para convertirse en torrente.
Eran mujeres que traían carbón a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venían cargadas, mientras las que habían depositado su carga descendían por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquí todas cantaban el mismo canto plañidero, áspero, de melodía entrecortada.
El 17 de noviembre de 1832, á los cincuenta dias de permanencia en esta ciudad hospitalaria, me separé de ella penetrado de reconocimiento por los muchos favores de que sus habitantes me habian colmado. Dirigíme de nuevo á las montañas, y trepando hasta Samaypata me encaminé á Chuquisaca, que distaba ciento catorce leguas.
Chisco me precedía trepando sosegadamente por derecho, garantido por sus tarugos contra los resbalones de que no se libraba el caballo que conducía de las riendas, cuando pisaba sobre el atusado ramaje de los brezos.
Trepando en la áspera senda de la gloria, llegaron simultáneamente a la cumbre, y allí, con la cara torva, se miraron como debieron hacerlo Jiménez de Quezada y Belalcázar, al encontrarse frente a frente en la sabana de Bogotá, partidos, el uno del norte y el otro del sur, después de largos meses de martirio... Más tarde, los colombianos contaban a sus hijos el duro batallar de la Independencia, la figura de Necochea, del Murat argentino, abriéndose camino, con su sable entre el muro español... y a su vez, los argentinos, los pocos que vegetaban aún en las largas y tristes veladas de la tiranía, narraban en voz baja las hazañas pasadas, cuando Córdoba avanzaba como un héroe legendario, a la voz de «¡Paso de vencedores!» Y los dos pueblos que habían dado libertad a la América y confundido su sangre en la batalla, dejaban a la generación que los seguía, ese legado de cariño, de simpática respeto que hoy muestra Colombia para la Argentina y la Argentina para Colombia.
Palabra del Dia
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