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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Bonis no volvía de su asombro al notar, muy a su placer, que Emma no hablaba ya de la tiple ni de las botas, verdadero anacronismo, como él decía muy bien, ni de cosa alguna que remotamente pudiera referirse a lo que él llamaba «lo de los polvos de arroz».
Entonces fue D. Juan Nepomuceno el que habló; pero antes se puso en pie, clavó también los ojos en su sobrino por afinidad, y cuando éste casi creía que iba a sacar el cuchillo para herirle, exclamó con gran cachaza: Tiene razón Bonifacio; ¿cómo quieres que él sepa cómo son las botas que compra la tiple? No ha de ser él quien las pague.
Vaya si es guapa dijo . Ya he visto yo esa cara. ¿Cómo se llama esa?, ¿la cuántos?... Serafina Gorgheggi, creo.... ¡Crees!... Pero ¿no lo sabes de seguro? Puede que la confunda con la contralto. Puede. Pero... no; sí, es la tiple; justo, la Gorgheggi. Ahora estás seguro, ¿eh? Sí, seguro. Bonis se admiraba a sí mismo. ¡Aquello era crecerse ante el peligro!
La Tiplona había vencido, y había vuelto a la ciudad en varias temporadas, y por último se había casado con un coronel retirado, dueño de aquella casa de la plaza del teatro, el coronel Cerecedo; y allí había vivido años y años dando conciertos caseros y admirada y querida del pueblo filarmónico, agradecido y enamorado de los encantos, cada vez más ostentosos, de la ex tiple.
Ni yo sostengo eso, general; no tome usted el rábano por las hojas manifestó la marquesa con extraordinaria viveza, atacando después con brío y un poquillo irritada la gracia y buen talle de la tiple. Generalizóse la disputa, y sucedió lo contrario que en la anterior. Los caballeros se mostraron benévolos con la cantante mientras las señoras le fueron hostiles.
No hacía más que mirarle con ojos amantes en cuanto había ocasión de verse solos. Reyes estaba satisfecho de su entereza. Había sentido mucho, mucho, al ver en su presencia a la tiple.... Pero se había contenido pensando en su futuro sacerdocio de padre. Aquella lucha en que esta vez iba venciéndose a sí mismo, le parecía una iniciación en la vida de virtud, de sacrificio, a que se sentía llamado.
Pero, vamos, calabacín, di algo; ¿son o no son estas lo mismo que las de la tiple? ¿Me engañó aquel tío o no? Sacando fuerzas, nunca supo de dónde, Reyes dijo al fin, hablando como un ventrílocuo, tan de adentro le salía la poca voz de que podía disponer: Pero Emma, ¿cómo quieres que yo conozca... las botas de esa señorita?
Cantaba con voz de tiple, de tenor, de barítono y bajo, y se sabía que proyectaba figuras en la pared con la sombra de las manos de modo maravilloso. Finalmente, era un prestidigitador consumado. A ruego de varias muchachas, hizo algunos juegos de manos que produjeron entusiasmo en los invitados. Claro está que para efectuarlos necesitaba ayudantes. Grass los elegía entre las jóvenes más lindas.
Poco después Bonifacio se arriesgó, poniéndose muy colorado, a traducir otra observación humilde esta de la Gorgheggi al idioma del trompa pertinaz, un hombre de tan mal genio como oído; la tiple había hablado en español, había dicho «compás» como, de hablar, podría decirlo un canario; pero el hombre del bronce no había querido entender tampoco; la traducción de Bonifacio consistió en repetir a gritos las palabras de la cantante, inclinándose desde el palco sobre la cabeza calva del músico.
En la puerta de la imprenta un joven de veintidós años, más o menos, parado sobre una mesa que interceptaba completamente el zaguán de entrada, repartía con dos o tres hombres el boletín de noticias que acababa de imprimirse, y contestaba vivamente a las diferentes preguntas que le hacían los parroquianos con una vocecita tiple y chillona, que en vano se esforzaba por hacer varonil.
Palabra del Dia
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