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Actualizado: 25 de junio de 2025
No ha venido el mozo en toda la semana, y por acá estamos con mucho cuidado, temiendo que el Padre siga malo. El trabajo de la Semana Santa es pesadísimo. Figúrate que el Padre tiene que hacerlo todo.
Y temiendo un segundo fustazo después de tales palabras, hizo dar vuelta á su caballo, huyendo en una carrera frenética que no se detuvo hasta el Arco de Triunfo. Después de este incidente, doña Mercedes perdió toda esperanza de que su hija fuese una Lubimoff.
Cuando allá me lo fueron a decir, no me cogió de susto, porque me lo venía yo temiendo de día en día.
Los soldados disparaban serenamente, como si cumpliesen una función ordinaria. Era un combate que surgía todos los días, sin saber ciertamente quién lo había iniciado, como una consecuencia del emplazamiento de dos masas armadas á corta, distancia, frente á frente. El jefe del batallón abandonó á sus visitantes temiendo una intentona de ataque.
Sonaron los atambores, llenó el aire el son de las trompetas, temblaba debajo de los pies la tierra; estaban suspensos los corazones de la mirante turba, temiendo unos y esperando otros el bueno o el mal suceso de aquel caso.
Felizmente, no creía haber perdido el tiempo. Llevaba siquiera una gran esperanza con que alentar, en parte, los abatidos ánimos de Luz. »Levantarlos por completo, era tan imposible como borrar con un soplo de la memoria de las gentes la mala fama de su madre. No me sorprendió la noticia que me dieron al entrar en mi casa: la estaba temiendo desde que salí de ella.
«Era lo mismo que yo había sospechado antes; y como no salía con ello de mis dudas, dije a mi madre que continuara explicándose, si es que tenía más que advertirme, como me lo iba temiendo yo; y añadió entonces: » Tengo ese hombre inteligente y rico que tanta falta te hace.
¡Si yo no sé! ¡si yo no sé! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del angelillo. ¡Sí, sí, tú que eres santo! replicaba la madre con alaridos. ¡El cauterio! ¡el cauterio! pero yo no sé... ¡Un milagro! ¡un milagro!... repetía la madre. La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los pobres, el púlpito y el confesonario.
«Aunque te necesitamos y por mucho que te alarmes cuando sepas el estado de Magdalena, no vengas, Antoñita, no vengas, hija mía, hasta que ella misma se decida a llamarte. Desgraciadamente estoy temiendo que no tardará mucho en hacerlo. ¡Ten compasión de mí, tú que sabes hasta qué punto la quiero! »Tu tío »Leopoldo de Avrigny.» Veamos lo que había acontecido.
Dícese que un año de copiosas lluvias creció mucho y anegó las tierras circunvecinas, y los labradores, temiendo otro daño semejante, lo sangraron haciéndole canal hasta el rio de Aguilar que pasa harto mas bajo.
Palabra del Dia
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