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Actualizado: 11 de mayo de 2025
El Nacional, con los palos en la mano, citaba al toro en el centro de la plaza. Nada de graciosos movimientos ni de arrogantes audacias. «Cuestión de ganarse el pan.» Allá en Sevilla había cuatro pequeños que si moría él no encontrarían otro padre. Cumplir con el deber y nada más: clavar sus banderillas como un jornalero de la tauromaquia, sin desear ovaciones y evitando silbidos.
Verdad es que ni el Tato, ni Cuchares, ni otro de los príncipes de la tauromáquia debian trabajar en Aranjuez; pero estaba anunciado como rey de la fiesta un tal Pepete, espada de segundo órden no sin alguna reputacion. Millares de personas de todas condiciones estaban agrupadas en la estacion del ferrocarril para ir á la corrida.
Entre la gente que baila y brujulea, se halla la gran mayoría de los forasteros que á la sazón residen en la ciudad; con lo cual queda dicho que el salón campestre, en los quince años que cuenta de vida, hase visto hollado por los pies más insignes que en aristocracia, belleza, política, ciencias, artes, literatura, armas ... y tauromaquia, ha producido y sostiene el suelo español.
Entonces Pepe Vera, con una espada y una capa encarnada en la mano izquierda, se encaminó hacia el palco del Ayuntamiento. Paróse enfrente y saludó, en señal de pedir licencia para matar al toro. Pepe Vera había echado de ver la presencia del duque, cuya afición a la tauromaquia era conocida.
En más de seiscientas páginas que el libro contiene, entiendo yo que está dicho cuanto en pro y en contra de la tauromaquia puede decirse, y que está contado por estilo muy elegante y ligero cuanto al ejercicio del mencionado arte se refiere, desde sus orígenes, que van a perderse en la noche de los tiempos, hasta el día de hoy, en que sigue floreciente y en auge, sin que necesite ni pida regeneración, como otras artes, cosas y personas.
El Nacional renunció a las más altas glorias de la tauromaquia. Banderillero nada más. Se resignaba a ser un jornalero de su arte, sirviendo a otros más jóvenes, para ganar un pobre sueldo de peón con que mantener a la familia y hacer ahorrillos que le permitiesen establecer una pequeña industria. Su bondad y sus honradas costumbres eran proverbiales entre la gente de coleta.
Tal vez hay mucho de chiste y de broma en cuanto se alega en favor de las corridas de toros en el precioso libro del señor conde de las Navas. Tal vez en el bellísimo prólogo del mencionado libro, escrito por D. Luis Carmena y Millán, cuya autoridad en tauromaquia es indiscutible y casi infalible, se trasluzca también algo de burla y de ironía.
La culpa de todo la tenía Fernando VII, sí señor; un tirano que al cerrar las universidades y abrir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla había hecho odioso este arte, poniendo en ridículo al toreo. ¡Mardito sea el tirano, dotor!
Vale, por último, la tauromaquia para conservar ciertos usos y costumbres muy útiles que sin tauromaquia acaso se hubieran ya perdido. Agradecidos debemos estar al arte de Pepe-Hillo y de Montes, aunque no sea más que porque contribuye a que sigan poniéndose mantilla las mujeres.
Pero con todo, sea que la rabia sea poderosa a aguzar la más torpe inteligencia, o que tenga la pasión la facultad de convertir el más rudo instinto en perspicacia, ello es, que hay toros que adivinan y se burlan de las suertes más astutas de la tauromaquia. Los primeros que llamaron la atención del terrible animal fueron los picadores. Embistió al primero y le tiró al suelo.
Palabra del Dia
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