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Actualizado: 11 de mayo de 2025


¡Mala pata! murmuró el torero, siguiendo adelante . ¡Cuando digo que hoy pasa argo!... Era el capellán de la plaza, un entusiasta de la tauromaquia, que llegaba con los Santos Oleos bajo la chaqueta. Venía del barrio de la Prosperidad, escoltado por un vecino que le servía de sacristán a cambio de un asiento para ver la corrida.

La seda abundaba en remiendos, gloriosos recuerdos de cornadas en las que quedaban al aire faldones y vergüenzas, y estaba manchada de amarillentos rodales, viles vestigios de las expansiones del miedo. Entre este populacho de la tauromaquia, amargado por el fracaso y mantenido en la obscuridad por la torpeza o el miedo, existían grandes hombres rodeados de general respeto.

En su nueva existencia, Gallardo no sólo frecuentaba el club, sino que algunas tardes se metía en la sociedad de los Cuarenta y cinco. Era a modo de un Senado de la tauromaquia. Los toreros no encontraban fácil acceso en sus salones, quedando así en libertad los respetables próceres de la afición para emitir sus doctrinas.

Concedámoslo. ¿Pero no nos divertimos más cruelmente que con los toros con otros animales? ¿Las riñas de gallos son menos feroces que la tauromaquia? ¿En algunos países de Oriente no se deleitan los ociosos en echar a pelear, en cierta mesita redonda que sirve de circo, a dos escarabajos de muy belicosa condición que por allí se crían?

Entonces, como ahora, había una gran pasión por los ídolos de la tauromaquia, el arte nacional por excelencia. Frascuelo y Lagartijo recogían en su joyante capote el último rayo del gran sol de la raza y despertaban el único latido de la conciencia nacional. Y aun no había surgido en el horizonte el espectro trágico, grotesco e infame del desastre colonial.

Algunos eran muchachos honrados que pretendían abrirse paso en la tauromaquia para sostener a sus familias con algo más que el jornal de un obrero. Otros, menos escrupulosos, tenían fieles amigas que trabajaban en ocupaciones indeclarables, satisfechas de sacrificar el cuerpo para la manutención y adecentamiento de un buen mozo que, a creer en sus palabras, acabaría por ser una celebridad.

Palabra del Dia

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