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»Ignoro cuánto tiempo estuve en el cementerio, quizás no habría salido de aquel sagrado recinto si el postillón, desde lo alto de la tapia, no me hubiera avisado que ya era hora de que volviese a mi coche. »Entonces rompí una rama de los rosales que adornan el sepulcro, y me alejé de allí, cubriendo de besos aquellas flores en cuyo aroma creía yo respirar el puro aliento de mi pobre Magdalena

¡Con tal que halle la escalera! pensé, porque la tapia era alta y estaba erizada de púas. , allí estaba y subí por ella en un abrir y cerrar de ojos. Me incliné sobre el muro y vi los caballos. Cerca de ellos un tiro. Era Sarto, que habiendo oído los disparos en el jardín se desesperaba por abrir la puertecilla y al fin la emprendía a tiros con la cerradura.

No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.

El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.

La bandera con la cruz roja ya no podía engañar á los artilleros enemigos. Don Marcelo no tuvo tiempo para reponerse de su sorpresa: una segunda explosión más cerca de la tapia... una tercera en el interior del parque. Le pareció que había saltado de repente á otro mundo.

De vez en cuando se oía la voz del cuadrillero Cachucha que gritaba: ¡Cuidado con las escopetas!... ¡Ojo, que estoy aquí!... En este momento aflictivo se abrió una pequeña puerta de la tapia de un jardín y el perro se metió por ella precipitadamente.

Recuerdo además que cerca de Barbicaglia, y separado solamente por una tapia baja, había un jardinillo bastante extraño, que dominaba yo desde la altura en que estaba. Era un rincón de tierra, de vulgar diseño. Sus calles, de brillante arena, encintadas de verdísimo boj, los dos cipreses de su puerta de entrada, dábanle apariencia de una casa de campo marsellesa. Ni una línea de sombra.

Una de las fachadas laterales caía sobre pequeño jardín húmedo, descuidado y triste y cerrado por una tapia de regular elevación; la otra sobre una callejuela aún más húmeda y sucia abierta entre la casa y la pared negra y descascarillada de la iglesia de San Rafael.

De cuando en cuando, Juno golpeábame el brazo con su abanico y me decía al oído, que me ponía en ridículo; pero era como hablar con una tapia; pues yo me alejaba sin oírla, revoloteando con mis compañeros. A veces, mi caballero creía oportuno entablar conversación. ¿No hace mucho que vivís aquí, señorita? No señor; seis semanas, más o menos. ¿Y dónde vivíais antes de venir al Pavol?

¡Chist! murmuró el cazador, para que hablase más bajo . subirás: yo me encargo de que subas. La protesta de Maltrana era la última resistencia del miedo, el retroceso del instinto ante aquella tapia sombría, tras la cual estaba lo ilegítimo, lo vedado, la amenaza del guarda con su escopeta sin misericordia.