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Actualizado: 28 de junio de 2025


Algunas mujeres ocupaban taburetes plegadizos de lona, con el aplomo que confiere el derecho de propiedad.

Tibio perfume, que no venía de ningún pomo de olor, ni arquilla de esencias, sino del lecho entreabierto y de las ropas de la víspera, abandonadas sobre los taburetes, sahumaba el ambiente de la alcoba. Una criada aparejaba en el tocador las toallas, el aguamanil, la jofaina. Otra, el patético albayalde para la tez y el sanguinolento bote para amapolar levemente las mejillas.

Hojeda entró con ella en la vivienda, que era un triste y desabrigado desván, sin otros muebles que una mesilla y dos o tres taburetes; en una esquina había un miserable fogón apagado; en otra, un montón de trapos, restos, al parecer, de un antiguo colchón, donde dormía toda la familia.

«¡Diablo de señor melifluo y almibarado! pensó don Marcelo . Hay que reconocer que es alguienHabían entrado en el puesto de mando, vasta pieza que recibía la luz por una ventana horizontal de cuatro metros de ancho con sólo una altura de palmo y medio. Parecía el espacio abierto entre dos hojas de persiana. Debajo de ella se extendía una mesa de pino cargada de papeles, con varios taburetes.

Sentados en bancos y en pequeños taburetes de madera, entre maletas, cajones, cestos y tampipis, á dos pasos de la máquina, al calor de las calderas, entre vaho humano y olor pestilente de aceite, se veía la inmensa mayoría de los pasageros.

El 6 de noviembre del mismo año se representó La fiera, el rayo y la púrpura, para solemnizar el natalicio del Rey sólo ante los cortesanos, repitiéndose luego para el público desde el 11 al 25. Con motivo de estas representaciones públicas se mencionan los diversos asientos de los espectadores, llamándoseles de esta manera: Aposentos del primero, segundo y tercer suelo. Cazuela. Taburetes.

Ramiro sentía a través de sus pestañas asoleado movimiento de sedas en las tribunas. Galante murmullo bajaba ahora hasta él y parecíale respirar por instantes femeninos perfumes. Oíanse risas claras y festivas. Encima de su cabeza, el caballero que les había ofrecido los taburetes hablaba a media voz con una dama.

De todo corazón deseaba, y con todas sus fuerzas iba a procurar conquistar la estimación y tranquilo afecto de las dos mujeres. Trataría de no ver demasiado la belleza de Zuzie y Bettina; trataría de no perderse, como lo hizo la víspera, en la contemplación de los cuatro piececitos colocados sobre los dos taburetes del jardín.

Ocupando uno de estos asientos se abarcaba con los ojos toda la llanura. En las paredes había aparatos eléctricos, cuadros de distribución, bocinas acústicas y teléfonos, muchos teléfonos. El comandante apartó y amontonó los papeles, ofreciendo los taburetes con el mismo ademán que si estuviese en un salón. Aquí, señor senador. Desnoyers, compañero humilde, tomó asiento á su lado.

La maravillosa comida y las dos o tres copas de champagne, tenían, en parte la culpa de esta catástrofe. Juan no había notado nada. Olvidó la promesa hecha a su padrino ¿Y por qué la olvidó? Porque a madama Scott y miss Percival se les ocurrió poner los pies sobre los taburetes del jardín, colocados ante los grandes sillones de mimbre cubiertos de almohadones.

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