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Todos fueron de parecer que desmantelasen á Galípoli, y los demás presidios, y en esto conformaron los capitanes competidores juntamente con los turcos, y turcoples; y así suplicaron al infante la gente buena y libre de pasiones, que fuese servido de no desampararles hasta dejarles en otra provincia, porque debajo de su autoridad, y nombre, irian todos muy seguros y en este medio se podrían concertar las diferencias de Entenza, y Rocafort.

Con todo eso pasó adelante, á dos jornadas distante de la última Ranchería de los Cucarates, le suplicaron algunos Orerobates y Morotocos torciese algún tanto el camino y fuese á tres Rancherías de su nación á reducir á aquellos sus paisanos al conocimiento del Dios verdadero.

Bautizados después los niños, le suplicaron el cacique y los principales fuese á los Jurucarés, que tenían alborotado todo el contorno, saqueando todas los Rancherías y matando á sus moradores.

En cuyo acto compareció D. Cornelio Saavedra, y los Señores suplicaron encarecidamente pusiese en planta, sin la menor demora, los medios todos de su prudencia y celo, para hacer que se retirase de la plaza aquella gente, y que velase con los demas Comandantes sobre el órden público, quietud y sosiego del vecindario, á fin de precaver toda conmocion, y evitar cualquiera novedad y desgracia que pudiera esperimentarse en circunstancias tan arriesgadas; hasta tanto se resolvia lo mas conveniente al bien público.

Aquellos buenos hombres llegaron a él, y dando voces le despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre que estaba muriendo, y que no mirase a las cosas pasadas ni a sus dichos malos, pues ya dellos tenía el pago; mas si en algo podría aprovechar para librarle del peligro y pasión que padecía, por amor de Dios lo hiciese, pues ellos veían clara la culpa del culpado y la verdad y bondad suya, pues a su petición y venganza el Señor no alargó el castigo.

Los PP. José de Arce, Juan Bautista de Zea y Francisco Hervás, suplicaron al P. Superior Bartolomé Ximénez que pasasen adelante á las Rancherías de los infieles á tomar lengua; pero siendo éste de contrario parecer, fué necesario rendirse; antes bien, conociendo que menguaba la corriente más cada día y corría peligro el barco de hacerse pedazos en los escollos ciegos si se parasen allí algún tiempo más, determinó dar la vuelta después de haber gastado mes y medio en andar en busca del camino.

El Padre, que no deseaba otra cosa, los recibió con aquel afecto con que amaba el bien de sus almas, y procuró, con todas las industrias de un celo Apostólico, confirmarlos en aquellos buenos propósitos. Los Payaguás, para disimular mejor su traición, le suplicaron que llevase su chusma en el barco, que ellos le seguirían en sus canoas.

Don Francisco Páez y su hija suplicaron a don Fermín que comiera con ellos; no tenían a nadie, sería una comida de familia... los tres solos. ¡Los tres solos! decía Olvido dejando de ser sorbete por un momento.

Aceptaron luego; dijéronme su casa y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los compañeros comenzamos a caminar a casa. Ellos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronse, y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Híceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa.

Los señores contribuyentes le suplicaron que no se metiese en tales barahúndas, que se iba a calentar demasiado la cabeza, y nadie se lo había de agradecer; y, al fin, para acabar de convencerle, echaron entre todos una manga y le dieron ocho mil realetes, como ayuda de costas y consuelo en los trabajos de su peregrinación, con lo cual se fue bendito de Dios con la música o dígase con la estadística a otra parte.