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Actualizado: 25 de junio de 2025
A sus pies estaba la plazuela rectangular en que se habían ensayado sus pasos vacilantes y donde había conocido las grandes desesperaciones de los pequeñuelos como la de un globo retenido por una alta rama, un barco de papel naufragado en las profundidades de la transparente fuente pública, en la que él sumergía en vano su bracito demasiado corto; y los grandes triunfos de la misma época, como la captura de un insecto de alas doradas, de un nido cazado en lo alto de un tilo con gran detrimento de los calzones, o de un lagarto imprudente que había ido a calentarse al sol junto al brocal del pozo y que él llevaba a casa con expresión conquistadora.
A cada uno de sus rápidos pasos hacia el horizonte, el sol iluminaba ó sumergía en la sombra alguno de los numerosos lagos que salpicaban aquel golfo medio seco; parecía sacar sucesivamente de su celeste tesoro las más preciosas materias, la plata, el oro, el rubí y el diamante, para hacerlas relumbrar sobre cada punto de aquella magnífica llanura.
Vetas de sombra temblaban sobre los transeúntes, pero ninguno de éstos se paró para ver salir el cortejo; corrían y se esfumaban como fantasmas. En la plaza Libertad, los troncos de los árboles habían crecido desmesuradamente, las ramas formaban como una selva que se sumergía en un cielo borroso. Subió con Julio al único carruaje que aguardaba frente a la iglesia.
La sala estaba llena de agricultores de las cercanías, a quienes tanto dinero por pedazos de tierra los sumergía en una especie de respetuoso estupor. Sin embargo, M. Gallard se inclina hacia Sandrier, el abogado que hacía la oferta para él. Trábase una lucha entre Gibert y Sandrier. Llegan hasta dos millones quinientos mil francos. Breve momento de vacilación en Gallard.
Pero lo que no olvidaba, era la idea de que nadie había en la tierra que estuviera dispuesto a compartir sus penas conmigo y que estaba reducida a mí misma y a mis libros, hasta el día en que se me encontrara bastante madura para participar de la existencia de los vivos. Y más y más, me sumergía en los tesoros de los poetas, ninguno de los cuales me rechazaba de su más íntimo santuario.
Huberto Martholl caminaba pensativo al lado de María Teresa, a quien había despojado de su raqueta y de su abrigo. Al llegar a la playa quedaron deslumbrados por un fulgor dorado. El sol se sumergía en las aguas como triunfador, en una decoración de púrpura y oro. María Teresa se sentó sobre una piedra. Era su hora favorita.
Pero era muy hermoso cuando, desde arriba y muy por encima de las inmundicias y del tumulto, se sumergía la mirada en ese mundo de hormigas, que parecía tan ínfimo, que se podía, como el mismo Dios, abarcarlo de una ojeada, pero que crecía cada vez más hasta tomar proporciones gigantescas e inquietantes, a medida que se trataba de penetrarlo.
La última luz del crepúsculo, agonizando estremecida en los interiores, le sumergía en ansiedad inexplicable.
Tendí al anciano mi mano, que apretó con fuerza y nos separamos. Vuelto al pequeño cuarto, que ocupo bajo el techo de esta casa, que ya no me pertenece, he querido probarme á mí mismo que la certidumbre de mi completa ruina no me sumergía en un abatimiento indigno de un hombre.
El aperador, al sentarse, creyó que se sumergía en las faldas y las susurrantes ropas interiores de la hermosa, quedando como pegado a ella, en ardoroso contacto con un lado de su cuerpo. Los muchachas rechazaban con remilgos los primeros ofrecimientos del señorito y sus compañeros. Gracias; ellas habían cenado.
Palabra del Dia
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