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Pero las vueltas de su imaginación se agitaban en un laberinto obscuro, en el que se perdía más y más cuanto más pugnaba por encontrar la salida. Y como la imaginación es tan libre que se agita más cuanto más pretendemos sujetarla, la cabeza de Quevedo llegó á convertirse en una devanadera.

Pase usted, Gonzalo; papá le espera en la sala dijo la joven cruzando de nuevo por delante de él. Que se alivie su tío. Muchas gracias respondió acortado. Y al alejarse caminando hacia atrás, como era tan alto, dió un testarazo con la lámpara de la antesala, que por poco la hace venir al suelo. Miró con angustia hacia arriba, se apresuró a sujetarla y se puso muy colorado.

No se excuse, conde dijo; antes bien, convendría que con frecuencia se hiciese lo que usted hizo, para curar a esa criatura de su impresionabilidad nerviosa. Debe eso consistir en su cavilosa imaginación. Creo yo que se ha construido para un mundo aparte en el cual busca refugio tan pronto como dejan de sujetarla al mundo material.

Cuando se retiró de la ventana vio a Feli revolviéndose en el suelo, rugiendo con una expresión espantable que crispaba los nervios, llena la boca de espuma que se coloreaba de rojo con la sangre de la lengua. Las convulsiones la habían hecho caer de la cama, golpeando el suelo con su vientre. El joven tuvo que realizar grandes esfuerzos para subirla y sujetarla, evitando que rodase otra vez.

Ella es lista como una anguila y saltarina como una cabra... pero tiene el corazón igual que una manteca fresca... Es muy noble... muy noble... y al mismo tiempo muy amorosa... Teniendo cuidado de sujetarla un poco por la pierna será como una cordera... Después, nada melindrosa para comer... lo mismo se pasa con carne que con unas pocas de judías... En habiendo pan en la masera, ya está satisfecha... No te malgastará un cuarto, Jaime...

Descubierta tenía ya S. A. la bien torneada pierna, había estirado ya la blanca media de seda, y se preparaba a sujetarla con la liga que tenía en la mano, cuando oyó un ruido de alas, y vio venir hacia ella el pájaro verde, que le arrebató la liga en el ebúrneo pico y desapareció al punto. La Princesa dio un grito y cayó desmayada. Acudieron los pretendientes y su padre.

Lo único que brillaba en su cabeza eran los pelitos rubios, tendidos sobre las almohadas, y en esta madeja rizosa quebrábase con extraña luz el resplandor del candil. La madre lanzaba gemidos desesperados, aullidos de fiera enfurecida. Su hija, llorando silenciosamente, tenía necesidad de contenerla, de sujetarla, para que no se arrojase sobre el pequeño ó se estrellara la cabeza contra la pared.