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Rojos están sus ojos, pálidas sus mejillas, contraídas sus facciones. Sus labios dibujan ora una sonrisa amarga, ora murmuran palabras ininteligibles. ¿Reza ó blasfema? ¿Implora ó maldice? ¡Pobre niña!

Y verbenas y anémonas y lírios, llenos de excelsitud y de poesía, rociados con mi llanto fueron contigo, ¡Emula!, al Camposanto... Me prestas la sonrisa encantadora que el pecho desgarrado necesita para aplacar los ayes que vomita del terrible dolor que le devora.

Nos miraba fijamente, con menos gracia que Magdalena, pero con una desenvoltura que jamás ella hubiera osado permitirse y todavía lejos, preparábase ya a contestar con una sonrisa especialísima al saludo de Oliverio.

Tal vez por esto don Juan cambió de conversación. Di, Manuela, ¿y Juanito? En la tienda. Si tengo tiempo entraré a verle. Dile que venga mañana. Aunque sea un grandullón, no quiero privarme del gusto de darle el aguinaldo como cuando era un chicuelo. El viejo, al decir esto, ya no mostraba la sonrisa irónica y parecía hablar con sinceridad. También irán a verte las niñas y Rafael.

Al tiempo de colgárselo, Julita acercó la boca a su oído y le dijo graciosamente: Si lo hubieras traído siempre, no te habrían herido. Y sin esperar contestación salió dando brincos. Cuando estuvo en el pasillo, se quedó inmóvil de repente, meditó un momento, y dibujándose en su rostro una sonrisa de placer, siguió corriendo a su cuarto y acto continuo se puso a escribir.

Luis María se dirigió entonces a con la tercera sonrisa forzada de esa noche: ¿Quiere que vayamos? Con mucho gusto le dije. Y fuimos. Entró el médico sin hacer ruido, entró Luis María, y por fin entré yo, todos con cierto intervalo. Lo que primero me chocó, aunque debía haberlo esperado, fué la penumbra del dormitorio.

Siento en el alma haber iniciado a Francisca en nuestras averiguaciones, puesto que esto contraría a usted respondí un poco confusa. Me he arrepentido en seguida de mi indiscreción, y... , hubiera preferido no ponerla al corriente de lo que hacemos murmuró la de Ribert un poco ensombrecida. Pero a lo hecho, pecho añadió con su sonrisa habitual.

Su mirada se fija en la percha que hay en el muro; sonríe completamente tranquilo: Juan ha dejado su gorra... afuera está lloviendo... el viento es fresco... volverá. Después, Martín llama al tabernero; hace llevar su caballo a la cuadra y manda preparar para su hermano un grog caliente y una cama: «porque, dice con una sonrisa, volverá...»

La sencillez de su trato, la dulzura de sus palabras, aquella sonrisa espontánea, reflejo de un carácter recto, transparente y sin dobleces, cautivaban á unos hombres habituados á la voz imperiosa de los contramaestres y á las respuestas altivas de los escribientes de la dirección. Vivía como un obrero en una casa del Desierto.

La piel, tersa en unos lugares del cuerpo, se aflojaba en otros, dejando dolorosos vacíos entre ella y el óseo andamiaje. Pero la mirada era indudablemente igual que en los tiempos de su gloria. Los extremos de la boca, los ángulos externos de los ojos, remontábanse a un tiempo con la sonrisa, una sonrisa interior, dulce y enigmática como las que pintaba Leonardo.