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Actualizado: 21 de octubre de 2025


No se moleste usted, volveré más tarde... ¿A quién tengo el honor...? Soy la tía de Aquiles Vargas. Ya los otros se despedían. No faltarme esta noche dijo míster Robert, hoy es el santo de mi padre, y mal que mal, lo celebraremos con pasteles hechos de manos de mi mujer. Salieron los dos, y el ex socio de Jacintito condujo a la señora al sofá. Usted dirá, señora...

Pero lo gordo, lo grave, lo extraordinario que en aquel fatal fin de mes ocurrió al asendereado chico, fué el rompimiento con su socio, míster Robert. Rechazado por su padre, desoído por el usurero, entró en el escritorio, dispuesto a sacar de la caja los cincuenta mil pesos que necesitaba, si los había, o a girar contra la casa, si no los había.

Y ella había sentido venir la catástrofe; el corazón se lo decía. No te metas, Bernardino, en la Bolsa, mira por aquí, mira por allí. Bernardino, vigila a ese niño, que no tiene experiencia, que no sabe por dónde anda; el socio es bueno, pero el mal ejemplo de los demás, el tuyo sobre todo, va a perderle. Bernardino esto, Bernardino aquéllo. Y nada, erre que erre. Estaban ciegos, locos.

Agraviado Magallanes, pasó á España, y el magnánimo Carlos V le dió cinco naves, si bien no osó fiarse enteramente de un tránsfuga portugués, y por lo tanto impúsole un socio castellano. Magallanes partió entre dos peligros: la malevolencia castellana y la venganza de sus compatricios, que querían asesinarle.

Su comercio consistía en una larga batea llena de objetos baratos, que paseaba con un socio compatriota, alborotando juntos los suburbios de la ciudad con el pregón de su industria: «¡A veinte centavos! ¡Todo a veinte!». Se había transfigurado también la cubierta de paseo. El espacio parecía mayor.

Don Paco, procurando y logrando no llamar la atención, dejó a Antoñuelo a la puerta del herrador, su padre. Libre ya don Ramón del poco agradable socio de montura, se despidió de don Paco con nuevas y fervorosas manifestaciones de gratitud y se largó a su casa. Don Paco se fue a reposar a la suya.

De pronto la puerta se abrió, y ambos nos pusimos de pie; pero en vez de la linda joven chispeante y de corazón noble, con voz musical y semblante alegre y franco, entró el hombre barbudo, de anteojos, arcos de oro, que en un tiempo había sido contramaestre del buque Annie Curtis, de Liverpool, y después el socio secreto de Burton Blair.

Claro que los muchachos que se habían reunido en la cañada para presenciar el tiroteo se indignaron, y su indignación se hubiera manifestado por medio del sarcasmo, a no ser una cierta mirada en los ojos del socio de Tennessee, que indicaban una actitud muy poco favorable al holgorio.

Titubeó un momento, antes de volver el oro al saco de noche, como si no hubiese comprendido del todo el elevado sentimiento de justicia que guiaba al tribunal, y recelase no haber ofrecido bastante cantidad. Después, volviéndose hacia el juez, dijo: Esta partida la he jugado solo, sin mi socio.

Hijo de inglés y nacido, en el país, seriote, reservado, un erizo a primera vista y un pedazo de pan en el trato diario, sobre él gravitaba todo el peso de la razón social; porque Jacintito no era sino un socio de lujo, que había aportado gran parte del capital y su apellido conocido, sin dar palotada en lo que tenía entre manos, pues él sólo entendía de juego y de caballos.

Palabra del Dia

mármor

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