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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Se estremeció, tuvo un terror vago; acudió de repente a su memoria aquella tarde de la lectura de San Agustín en la glorieta de su huerto, en Loreto, cuando era niña, y creyó oír voces sobrenaturales que estallaban en su cerebro; ahora no tenía la cándida fe de entonces. «Era una casualidad, pura casualidad la presencia de aquel libro místico coincidiendo con los pensamientos de abandono que la entristecían, y despertando ideas de piedad, con fuerte impulso, con calor del alma, serias, profundas, no impuestas, sino como reveladas y acogidas al punto con abrazos del deseo.... Pero no importaba, fuera o no aviso del cielo, ella tomaba la lección, aprovechaba la coincidencia, entendía el sentido profundo del azar. ¿No se quejaba de que estaba sola, no había caído como desvanecida por la idea del abandono?... Pues allí estaban aquellas letras doradas: Obras de Santa Teresa.
Don Braulio se había suicidado porque era tétrico de carácter; porque tenía menos religión que un caballo; porque estaba desesperado de ser feo y enclenque; porque había cometido la imprudencia de haberse casado con mujer joven y hermosa; porque tenía el ridículo empeño de ser adorado; y porque el amor, que no tenía, por carencia de fe, para las cosas del cielo, le había puesto en algo de mundanal y finito que no lo merecía, empeñándose en revestir a este ídolo de calidades y excelencias que sólo a los seres sobrenaturales convienen.
Quando las luces sobrenaturales de la Fe Divina, comunicada por la Iglesia Católica, entran en nuestro entendimiento, fortifican extremamente estas verdades naturales, y se hermanan con ellas, de modo que las nociones que las potencias mentales producen á la ocasion de otras por su fuerza innata, se acomodan con las luces divinas, y juntas ilustran el entendimiento para conocer á Dios, y alabar y engrandecer sus infinitas perfecciones.
Y a continuar en la misma relación, otros veinte millones de vidas, con otros dos mil millones de pesos se perderán, evitablemente, en holocausto a la fe en la higiene y la terapéutica sobrenaturales.
Yo no gusto de cosas sobrenaturales, dixo Zadig, ni he podido nunca llevar en paciencia ni los hombres que hacen milagros, ni los libros que los mentan: y si quiere vuestra magestad permitir que haga la prueba, quedará convencido de que mi secreto es tan fácil como sencillo. Mas se pasmó Nabuzan, rey de Serendib, al oir que era sencillo el secreto, que si le hubiera dicho que era milagroso.
Más que taller parecía el Camón la sucursal de Sobrino Hermanos. «¿Peeero mujer, qué es esto?» dijo Thiers absorto, como quien ve cosas sobrenaturales o mágicas y no da crédito a sus ojos. Había allí como unas veinticuatro varas de Mozambique, del de a dos pesetas vara, a cuadros, bonita y vaporosa tela que la Pipaón, en sueños, veía todas las noches sobre sus carnes.
Este era el único ejemplo que en aquella época podía citarse de semejante fortuna, que, viviendo todavía Fabert, había parecido tan extraordinaria, que el vulgo atribuyó a su elevación causas sobrenaturales. Decíase que en su juventud se había ocupado de magia, y que había hecho un pacto con el diablo.
Pidió protección con el fervor de los hombres sencillos que viven en continuo peligro y creen en toda clase de influencias adversas y protecciones sobrenaturales.
En su agreste retiro, la familia de Gláfira se había resistido a hacerse cristiana y guardaba vivos y frescos, por tradición, los recuerdos del paganismo. Hasta se jactaba de poseer virtudes mágicas y prendas sobrenaturales, adquiridas por iniciación en venerandos y primitivos misterios.
Te lo repito, Clarita: en nada de eso veo yo la obra del diablo; en nada descubro influencias sobrenaturales: todo es naturalísimo. Y si, como tú afirmas, la naturaleza es el pecado, bien es menester, ó que Dios nos dé medios sobrenaturales para vencerla, ó que nos perdone con muchísima generosidad cuando ella nos venza. ¿Dónde están esos sentimientos singulares que te perturban?
Palabra del Dia
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