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Actualizado: 28 de junio de 2025
Por nada del mundo hubiera gustado de que silbasen a la Stolz como la habían silbado a ella, a no tener a la mano otro D. Joaquín para consolarla de la silba. Rafaela quiso, pues, que la Stolz triunfase, y se propuso contribuir a su triunfo. Y como Rafaela además era aficionadísima a la música, no se resignó a dejar de oír a tan egregia cantarina.
Los artesanos dejan sus obradores, salen los vecinos á las puertas de las casas, los devotos que estaban en el nuevo templo haciendo sus annefilas acuden á las puertas esteriores del atrio: asoma por la parte de occidente una apiñada muchedumbre, y distínguese á intérvalos una voz aguda á la que sigue una algazara estraña de aplausos, silba y descompasados ahullidos.
Es indescriptible la cólera que se apoderó de los espectadores. Si hubiera sido otro torero, hubiera pasado con una silba, grande o pequeña; pero haber concebido la esperanza de ver a un antiguo maestro toreando por el sistema de Montes y venir a la plaza a presenciar aquella ignominia, esto ponía fuera de sí a los aficionados. ¡Qué gritería, cielo santo! ¡Qué injurias! ¡Qué lamentos!
Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.
El caballo, espantado, saltó la valla; una flecha silba a mi lado; después, una piedra me da en el hombro, otra en los riñones, otra hace blanco en el anca del animal, y otra más gruesa, me rasga la oreja. Agarrado desesperadamente a las crines, arqueado, con la sangre goteando de la oreja, galopé en una carrera furiosa, a lo largo de una calle negra.
Silba, silba la noche, confusa, aterradora; verdes, azules llamas en el mar vénse arder; mas la calma renace con la próxima aurora, y pronto una atrevida barquilla pescadora las fatigadas olas comienza a recorrer.
La mayoría de los oyentes sostuvo que Rafaela desentonaba y daba feroces gallipavos, y las damas severas y virtuosas y los honrados padres de familia clamaron contra el escándalo, e hicieron que su pudor ofendido tocase a somatén. El resultado de todo fue una espantosa silba, acompañada de variados proyectiles, con los que en aquel fecundo suelo brinda Pomona.
El alcaide se fué, dejando a obscuras a Martín, y vino poco después con un jergón y las mantas pedidas. Le dió Martín un duro, y el carcelero, amansado, le preguntó: ¿Qué ha hecho usted para que le traigan aquí? Nada. Venía distraído silbando por la calle. Y me ha dicho el sereno: «No se silba.» Me he callado, y sin más ni más, me han traído a la cárcel. ¿Usted no se ha resistido? No.
Encuentro en la locomotiva que silba y da resoplidos como el viento, y devora el espacio como el rayo, un espiritualismo singular, prosaico si se quiere en sus resultados aparentes, pero infinitamente grandioso en su forma sensible y en sus lejanas ó trascendentales consecuencias.
Jamás actor aborrecido o antipático recibió tan atroz silba en corrales de Madrid. Lo extraño es que siempre pasaba lo mismo.
Palabra del Dia
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