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Actualizado: 2 de junio de 2025


Gritarás y no te oirán; tratarás de salir y te extraviarás cada vez más, porque no conoces ni los pisos ni las galerías y marcharás á oscuras... Así, pues, allánate á ser un poco dulce, ó me marcho y te dejo aquí sepultada en vida... Márchate ya, bandido. Déjame morir, que si no las pagas en este mundo las pagarás en el infierno.

De la boca de Lucía se exhaló leve suspiro; su mano cayó inerte, y la niña se quedó sepultada en el sueño más suelto y profundo, cual si entre blandas sábanas lo gozase.

Usted no podía dejar de fijarse en que tardaba demasiado en cumplir lo que le había prometido, y si él decía que la compasión le impedía dar un golpe mortal a esa mujer, a usted debió advertirle su corazón de amante que la vuelta del Príncipe al lado de la Condesa, era peligrosa, que la pasión, cuando parece muerta y ya sepultada, surge de improviso, más gallarda que antes.

Todo aquello es curioso, interesante para la crónica en mayor ó menor grado, pero impresiona poco el ánimo del hijo del Nuevo Mundo que, educado en la escuela todavía turbulenta de la democracia, no puede mirar con interes aquellas reliquias de los antiguos dominadores de Europa, grandes figuras de una civilizacion sepultada para siempre.

Son las olas de una mar embravecida que vienen a estrellarse en vano contra la inmóvil y áspera roca; a veces queda sepultada en el torbellino que en su derredor levanta el choque; pero un momento después sus crestas negras, inmóviles, tranquilas, reaparecen burlando la rabia del agitado elemento.

El empeño de atesorar había sido por completo destruido por Marner desde que perdiera el oro que acumulaba durante tanto tiempo. Las monedas que había ganado en seguida le parecían tan inútiles como piedras aportadas para terminar una casa bruscamente sepultada por un temblor de tierra.

La mujer sepultada en su casa desde que nace hasta que muere; la mujer á quien se representa como un vacío insondable el espacio que media entre la cuna y el sepulcro; que está acostumbrada á mirar en aquel vacío un ataud, cuya gasa negra no puede suspender; una madre, una esposa, una hija que tiene el hábito de enamorarse hasta del espejo en que se contempla, hasta de la vajilla en que come, hasta del dedal de su costurero: esa mujer cuyo destino está cifrado en amar lo que ve, y no ve otra cosa que el misterio que la rodea; esa mujer que se habitúa á enamorarse de su propio misterio, no puede menos de ser ardientemente patriótica, porque es ardientemente doméstica.

El hoyo no tenia medio hecho, Cuando la Liropeya con la espada Del mozo se ha herido por el pecho; De suerte que la media atravesada, Quedó diciendo: "haz tambien el lecho En que esté juntamente sepultada Con Yanduballo aquesta sin ventura, En una misma huesa y sepultura." Lo que el triste mancebo sentiria Contemple cada cual de amor herido.

Palabra del Dia

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