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Actualizado: 14 de septiembre de 2025


Primero estuvo hablando conmigo; preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas y divertidas. Después díjome que me estuviese quieto: sentí sus dedos en mis párpados.... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras que no entendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nada de Medicina. Acercáronme después a una ventana.

Yo me creí arrostrado por aquel empuje descomunal, figurándoseme que iba en el vientre de un mónstruo deforme. Sentí escalofrios en toda la espalda, y con los cabellos erizados y un estremecimiento nervioso que no podia evitar, salí á cielo raso.

Sentí más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve. ¡Inés! llamé. Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor, esta vez , inmenso amor! No, no... me respondió. ¡Es demasiado tarde! Padilla se detuvo.

Comprendía que era una ilusión; pero el terror era más grande que mis facultades de análisis, y me agarraba a las piedras hasta hacerme sangre en las manos, y gritaba frenéticamente como un loco. Cuando comenzó a amanecer sentí que mi corazón se aligeraba, y mi pecho respiró con desahogo. La luz venía iluminando el mar, ya calmado y tranquilo.

A él he llegado pasando por la rabia, por la locura... Ahora mismo, no hace mucho, cuando vi a ese diablo de hombre cometiendo una nueva infamia, sentí otra vez la debilidad de espíritu que creía vencida... me entraron ganas de pegarle un tiro, por librar a la humanidad de semejante monstruo... Pero después he sabido vencerme y he dicho: Mejor castiga una consecuencia lógica que un puñal.

Esta alma tranquila me ha salvado de la desesperación durante la semana maldita, en la que Luciana parecía desprenderse de y durante la cual me sentí profundamente sepultado en la fría sombra de los amores difuntos. La influencia pacificadora de Elena producía en , más cada día, su benéfico efecto.

Cuanto tenía delante, el lago, la tierra, el cielo, quedaron confundidos y se oscurecieron. Sentí que era necesario morir, y vi la muerte delante de los ojos. Pero un pensamiento maldito de temor se alzó en mi corazón con poder invencible.

Me veo todavía en el comedor del círculo, cuando después de marcharse Maugirón con las mujeres, Tragomer empezó á contarme esta historia. Al principio su relato me pareció imposible, después empezó á interesarme la verdad que se vislumbrada y por fin me sentí como loco.

Aunque niño, y sin poderme dar cuenta profunda de aquel solemne momento de mi vida, lloré amargamente abrazado de su cuello; sentí su último calor vital con un íntimo estremecimiento de dolor, estreché sus manos descarnadas, me miré en sus ojos apagados y permanecí mucho, mucho tiempo a su lado, sollozando y enjugando mis lágrimas.

Anda, defiéndete; a ver hasta dónde yegan tus reañosEsto fue lo que más sentí: la burla. La probesita de mi mujer me curó como pudo, y yo no descansaba, no podía viví acordándome de los golpes y la burla... Pa abreviá otra vez: un día aparesió uno de los siviles muerto en las eras, y yo, pa evitarme un disgusto, me fui ar monte... y hasta ahora.

Palabra del Dia

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